Felipe Alcaraz/Presidente Ejecutivo del C.F. del PCE
larepublica.es
Hay una necesidad urgente, a mi juicio: publicar y defender una alternativamente netamente comunista. Cuando se habla de organizar un partido fuerte, no puede concebirse esta idea simplemente en términos de política organizativa. Es imprescindible un proyecto alternativo visible, un proyecto en positivo, con su lógica propia, que huya de la “mejor oferta” en el marco del mercado electoral, aquella que parte de ofrecer lo mismo que la socialdemocracia y “dos huevos duros más”.
Actualmente se habla mucho de la “utilidad” de la política. Hay que ser útiles. Pero un tema es conseguir pequeñas cosas y otro tema muy distinto es que este estilo “sindicalizado” sustituya al perfil propio de una estrategia de fondo, donde la máxima utilidad, en todo caso, debe basarse en el concepto de combatividad: pelear por todo siempre, se condiga o no, se consiga o no a través de un pacto. Es decir, la combatividad y la movilización junto al perfil propio de la alternativa, como parte de ella. En este sentido, deberíamos ser capaces de salir a la escena política con un programa propio, anticapitalista, y una voluntad de atrevimiento alternativo. Se trata, por tanto, de explicar el funcionamiento real, diario, del sistema, y también, de forma paralela, el funcionamiento posible, alternativo, de una propuesta comunista.
Los proyectos que defienden el sistema han sostenido en España el mismo modelo y, en los aspectos fundamentales, defienden la misma forma de superar la crisis. Es decir, recuperar el crecimiento. O dicho de otra manera, dados los componentes esenciales de este indicador: recuperar la acumulación capitalista. Una acumulación que ha batido marcas en España, y que le hizo decir a Aznar, antes del desplome, que el milagro era él, y a Zapatero que la economía española jugaba en la Liga de campeones. Debajo de su concepto de “prosperidad” se ocultaba una estructura terrorífica: beneficios duplicando la media de la zona euro, junto a indicadores de paro, de precariedad, de siniestralidad laboral y estructura salarial de tercera o cuarta división: a la cola de la OCDE. De este modo, con cifras oficiales en la mano, el capitalismo que acumulaba de manera más salvaje y especulativa, y que peor repartía, era el capitalismo español. A partir de ahí, con una crisis más aguda que la media, y que además se da en un marco de caída seria de la demanda (¿por qué nadie habla de elementos indudables de deflación?), la recuperación del crecimiento sobre la base anterior, más o menos modulada, puede suponer un serio empobrecimiento de una parte sustancial de la población.
La alternativa comunista, en este orden de cosas, es preciso pensarla no desde el punto de vista del crecimiento, sino desde el punto de vista de la explotación. Una salida distinta de la crisis nos debe llevar al esfuerzo de pensar las cosas desde el punto de vista de la explotación, ya que no se trata de participar sin más, supeditándolo todo, al proceso de acumulación. Y supeditarlo todo en sentido estricto: desde los salarios, a la calidad del empleo, pasando por el medio ambiente, la incentivación desaforada del consumo y la propia calidad de la democracia y sus sistemas de comunicación y participación. Por tanto, desde este punto de vista, es preciso apostar por el cambio radical en la forma de producir, de repartir y de consumir. La intervención en el mercado, empezando por el financiero, a través de propuestas de planificación, es imprescindible. Junto al desarrollo de un sistema amplio de propiedad social de los medios de producción, empezando por los sectores estratégicos. En el mismo sentido, la democracia participativa, republicana (desde la Revolución francesa una democracia o es republicana o no lo es), es condición de existencia de una ciudadanía libre, en el marco de una redistribución federal y solidaria del poder y los recursos.
Junto a la mano oculta del mercado, cada vez tiene más fuerza en las democracia occidentales, a través de una amplísima creación de hegemonía (por cierto, le hegemonía mejor armada de todos los tiempos), la mano oculta del dominio del espacio público, que esta consiguiendo una identificación cada vez más acabada entre capitalismo y democracia. Y aún más: el mercado, el mercado “libre”, con su juego casi milagroso de la oferta y la demanda, se ha convertido en el gran emblema de la libertad; modelo que, llevado a sus últimas consecuencias, es la prueba clave a la hora de legitimar lo que es “realmente” una democracia: es decir, donde no hay mercado libre, según el modelo occidental, realmente no hay democracia, de ahí las duras sospechas sobre lo que denominan el neopopulismo latinoamericano (en Bolivia, Venezuela, etc., realmente no hay democracia, al planificarse una parte del mercado; y no digamos en Cuba). Lo que debe llevarnos a una política internacional sin complejos, en el marco de la solidaridad plena con los proyectos de transformación.
En fin, se trata de un proyecto alternativo que, a mi juicio, va a impregnar una parte importante de los debates del próximo congreso del PCE. Un Congreso que apuesta por la necesidad de una partido fuerte, lo que sin duda implica la necesidad de una alternativa clara, profunda y visible. Lo que también quiere decir, de cara al próximo futuro, en que la socialdemocracia, dado su desplome electoral y social, va a empezar a disputar el centro, nosotros, la izquierda transformadora, deberemos sacudirnos toda tentación o inercia que nos acerque a ocupar el lugar “vacío” de la socialdemocracia. Nuestro lugar es otro, pertenece a otra galaxia política, económica e ideológica; quizás por eso es preciso aprender a pensar de forma más rigurosa desde el punto de vista (y contra) la explotación y la hegemonía del capitalismo, aunque sea el camino más difícil.
larepublica.es
Hay una necesidad urgente, a mi juicio: publicar y defender una alternativamente netamente comunista. Cuando se habla de organizar un partido fuerte, no puede concebirse esta idea simplemente en términos de política organizativa. Es imprescindible un proyecto alternativo visible, un proyecto en positivo, con su lógica propia, que huya de la “mejor oferta” en el marco del mercado electoral, aquella que parte de ofrecer lo mismo que la socialdemocracia y “dos huevos duros más”.
Actualmente se habla mucho de la “utilidad” de la política. Hay que ser útiles. Pero un tema es conseguir pequeñas cosas y otro tema muy distinto es que este estilo “sindicalizado” sustituya al perfil propio de una estrategia de fondo, donde la máxima utilidad, en todo caso, debe basarse en el concepto de combatividad: pelear por todo siempre, se condiga o no, se consiga o no a través de un pacto. Es decir, la combatividad y la movilización junto al perfil propio de la alternativa, como parte de ella. En este sentido, deberíamos ser capaces de salir a la escena política con un programa propio, anticapitalista, y una voluntad de atrevimiento alternativo. Se trata, por tanto, de explicar el funcionamiento real, diario, del sistema, y también, de forma paralela, el funcionamiento posible, alternativo, de una propuesta comunista.
Los proyectos que defienden el sistema han sostenido en España el mismo modelo y, en los aspectos fundamentales, defienden la misma forma de superar la crisis. Es decir, recuperar el crecimiento. O dicho de otra manera, dados los componentes esenciales de este indicador: recuperar la acumulación capitalista. Una acumulación que ha batido marcas en España, y que le hizo decir a Aznar, antes del desplome, que el milagro era él, y a Zapatero que la economía española jugaba en la Liga de campeones. Debajo de su concepto de “prosperidad” se ocultaba una estructura terrorífica: beneficios duplicando la media de la zona euro, junto a indicadores de paro, de precariedad, de siniestralidad laboral y estructura salarial de tercera o cuarta división: a la cola de la OCDE. De este modo, con cifras oficiales en la mano, el capitalismo que acumulaba de manera más salvaje y especulativa, y que peor repartía, era el capitalismo español. A partir de ahí, con una crisis más aguda que la media, y que además se da en un marco de caída seria de la demanda (¿por qué nadie habla de elementos indudables de deflación?), la recuperación del crecimiento sobre la base anterior, más o menos modulada, puede suponer un serio empobrecimiento de una parte sustancial de la población.
La alternativa comunista, en este orden de cosas, es preciso pensarla no desde el punto de vista del crecimiento, sino desde el punto de vista de la explotación. Una salida distinta de la crisis nos debe llevar al esfuerzo de pensar las cosas desde el punto de vista de la explotación, ya que no se trata de participar sin más, supeditándolo todo, al proceso de acumulación. Y supeditarlo todo en sentido estricto: desde los salarios, a la calidad del empleo, pasando por el medio ambiente, la incentivación desaforada del consumo y la propia calidad de la democracia y sus sistemas de comunicación y participación. Por tanto, desde este punto de vista, es preciso apostar por el cambio radical en la forma de producir, de repartir y de consumir. La intervención en el mercado, empezando por el financiero, a través de propuestas de planificación, es imprescindible. Junto al desarrollo de un sistema amplio de propiedad social de los medios de producción, empezando por los sectores estratégicos. En el mismo sentido, la democracia participativa, republicana (desde la Revolución francesa una democracia o es republicana o no lo es), es condición de existencia de una ciudadanía libre, en el marco de una redistribución federal y solidaria del poder y los recursos.
Junto a la mano oculta del mercado, cada vez tiene más fuerza en las democracia occidentales, a través de una amplísima creación de hegemonía (por cierto, le hegemonía mejor armada de todos los tiempos), la mano oculta del dominio del espacio público, que esta consiguiendo una identificación cada vez más acabada entre capitalismo y democracia. Y aún más: el mercado, el mercado “libre”, con su juego casi milagroso de la oferta y la demanda, se ha convertido en el gran emblema de la libertad; modelo que, llevado a sus últimas consecuencias, es la prueba clave a la hora de legitimar lo que es “realmente” una democracia: es decir, donde no hay mercado libre, según el modelo occidental, realmente no hay democracia, de ahí las duras sospechas sobre lo que denominan el neopopulismo latinoamericano (en Bolivia, Venezuela, etc., realmente no hay democracia, al planificarse una parte del mercado; y no digamos en Cuba). Lo que debe llevarnos a una política internacional sin complejos, en el marco de la solidaridad plena con los proyectos de transformación.
En fin, se trata de un proyecto alternativo que, a mi juicio, va a impregnar una parte importante de los debates del próximo congreso del PCE. Un Congreso que apuesta por la necesidad de una partido fuerte, lo que sin duda implica la necesidad de una alternativa clara, profunda y visible. Lo que también quiere decir, de cara al próximo futuro, en que la socialdemocracia, dado su desplome electoral y social, va a empezar a disputar el centro, nosotros, la izquierda transformadora, deberemos sacudirnos toda tentación o inercia que nos acerque a ocupar el lugar “vacío” de la socialdemocracia. Nuestro lugar es otro, pertenece a otra galaxia política, económica e ideológica; quizás por eso es preciso aprender a pensar de forma más rigurosa desde el punto de vista (y contra) la explotación y la hegemonía del capitalismo, aunque sea el camino más difícil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario