.

.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Julio Anguita: El XVIII ¿Otro congreso más?


Mundo Obrero/ septiembre 2009
El XVIII Congreso del PCE ha sido convocado, sus materiales distribuidos, las fechas previstas y los mecanismos del proceso en fase de organización por las distintas federaciones. Pareciera como si todo explicitase normalidad, desarrollo rutinario o el cumplimiento previsto de un proceso sin más incidencias que la sucesión de acontecimientos transcurridos desde el XVII Congreso. Documentos, circulares, declaraciones, etc vuelven a incidir en las pautas ya conocidas y reiteradamente expuestas congreso tras congreso: reforzar el PCE, relanzar las alianzas, potenciar IU, tomar nota de los fracasos del capitalismo, apelar a la movilización, instar al ejercicio de una militancia activa capaz de incidir en su entorno y por ende motivar a la afiliación y poner- una vez más- las esperanzas en los logros del congreso venidero.
A lo largo de nuestra ya larga historia hemos tenido debates sobre estrategia, línea política, alianzas y proyectos de largo alcance. Pero también los ha habido gratuitos, accesorios, inoportunos, inútiles y sobre todo ocultadores de las razones últimas y profundas; el del IX Congreso por ejemplo. En aquella ocasión la cuestión central y escamoteada mediante el ruido del leninismo si o leninismo no era la adecuación de un PCE preparado y organizado para la ruptura democrática a una realidad pactada y asumida como marco para una estrategia homologada con la nueva situación. También nosotros hemos tenido nuestro Bad Godesberg.
¿Cuál es el debate que se propone? ¿Para qué? ¿Qué estrategia se pretende desarrollar? ¿Hemos calibrado los sujetos, alianzas, valores, actitudes y programas necesarios para superar en positivo esta crisis de civilización? ¿A qué llamamos izquierda? ¿En qué situación se encuentra el Movimiento Obrero? ¿Se corresponden las siglas, incluidas las nuestras, con lo que significaron antes? Desde hace décadas hemos esquivado el debate de fondo, la cuestión crucial, el reto que suponía- y supone- concebir, desarrollar e impulsar una organización revolucionaria que en vez de auto- postularse como vanguardia se constituyese como levadura, fermento, génesis permanente de todas las instancias económicas, sociales, políticas y culturales de liberación que la sociedad promueva para su autopromoción como Alternativa. Y aunque hemos sido capaces de crear líneas de acción política correctas y apuestas estratégicas novedosas al final se ha ido imponiendo siempre el viejo y soterrado debate que nunca hemos podido, sabido o querido superar: ¿somos capaces de impulsar una propuesta alternativa sin pagar el peaje gregario de lo coyuntural, institucional o episódico? Entre quienes concebían IU como una fuerza subalterna, quienes por reacción se acogían al quietismo del lugar sagrado y seguro de las esencias y quienes estaban condenados a escoger lo menos perjudicial hemos gastado energías sin cuento. Sin faltar tampoco quienes han hecho de la militancia en los distintos niveles de dirección, una simple cuestión de apuntes contables en el DEBE y el HABER que conforman el arqueo previo a las listas, asesorías y expectativas de destino.
Someto a reflexión tres cuestiones sobre las que pasamos de puntillas sin apenas hacer referencia. Tres hechos que debieran haber producido un deseo de afrontar los problemas de fondo. Tres momentos o procesos que, a mi juicio, constituyen los síntomas de un declive cuando no el preaviso de muerte por consunción.
Quien se moleste en saber la militancia en origen y no abandonada, de los órganos de dirección de IU quedará estupefacto, en la mayoría de los casos los hombres y mujeres del PCE son en muchos lugares el 80% o más, de dichos órganos. En todas las crisis que hemos padecido y que se han resuelto con el paso de cargos públicos, responsables sindicales y dirigentes al PSOE la inmensa y abrumadora mayoría eran del PCE; ¿nos molestamos en hacer un recuento federación por federación? Hemos preferido imputar el hecho a la existencia de IU como si ésta fuera algo extraño, externo o superficial al PCE. Y la locura ha continuado cuando dirigentes de IU y también del Partido han caído en la misma operación de tramposo auto-engaño imputando a su Partido los males de IU. ¿No ha llegado el momento de debatir serena y profundamente qué significa militar en nuestra organización? ¿No ha llegado el momento de abordar sin miedos las causas profundas de esta miseria política? ¿No es horas de definir sin dicterios, dogmas, intereses personales o huidas hacia la nada cual es el sentido, estrategia, práctica política y ética personal de una fuerza de principios del siglo XXI? Los hombres y mujeres de una organización comunista en cuanto que ésta supone militancia y co-participación activa en el diseño de un mundo nuevo, deben aceptar la prioridad de esta opción en cuanto que la misma constituye su apuesta básica y primordial. Pero debo añadir a continuación que en absoluto es esta una cuestión a la que acogerse para respaldar mediante la disciplina cuartelera las medidas más arbitrarias. Es inherente a la condición y militancias comunistas la ética personal y política. Recobrar esa actitud personal y colectiva solo puede hacerse mediante un proceso de convocatoria para un momento fundante o si se quiere re- fundante.
El XVII Congreso aprobó por práctica unanimidad la puesta en marcha de un proceso que culminase con la redacción de un nuevo Manifiesto- Programa para ser aprobado bien en una Conferencia convocada a tal efecto o bien en el XVIII Congreso. Desde hace dos meses obra en poder de la dirección la propuesta de informe que sobre el desarrollo del proceso he elevado para su discusión en el Congreso. Pero más allá de esta información queda el hecho de que los resultados conseguidos han sido decepcionantes. Y aunque ha habido organizaciones que se entregado al estudio y debate de los cuestionarios la realidad es que han sido éstas muy minoritarias. Se ha aducido que el PCE no está preparado para un debate de estas características; no olvidemos que entre los objetivos marcados para la redacción del Manifiesto- Programa estaban, entre otros, la galvanización del PCE y la apertura a una nueva militancia de izquierda revolucionaria. Si lo que ha sucedido con el Manifiesto Programa no merece una reflexión colectiva que conlleve una reacción de cambios profundos, es que hemos perdido la capacidad de respuesta.
La Fiesta del PCE ha sido siempre algo más que un evento lúdico y político. Aparte de una demostración de convocatoria nacional e internacional era un momento, un lugar y una manifestación muy visible de que en el convencional mundo de la política al uso la izquierda lanzaba sus propuestas, reunía a los suyos y en sesión festiva, abierta y fraterna enseñaba como lo nuestro es revolucionario a fuerza de apostar por la vida.
El que por segunda vez nuestra Fiesta no se celebre en Madrid, capital del Estado Español, es un síntoma, una evidencia de disgregación. Y en esta cuestión no valen los amores por las patrias chicas o los reconocimientos a méritos o situaciones geográficas específicas; el PCE tiene su dirección federal en Madrid. Que sin duda no había otra solución; es posible. Que las dificultades para mantener la Fiesta en su formato clásico habían aumentado; es probable.
No es una cuestión que se salde con imputar la responsabilidad total a la dirección de turno. Es la expresión, más que simbólica, de un proceso de disolución del PCE como fuerza vertebrada, organizada y con voluntad de presencia en toda España. Y eso no puede se sustituido por “ententes” entre algunas federaciones o partes de ellas porque niega en la práctica nuestra concepción de Partido y del Estado Federal Español. ¿Merece esto una reflexión?
Soy consciente de que sobre estas cuestiones y otras muchas más hay opiniones y sobre todo inquietudes en toda la militancia; sin embargo a la hora de afrontarlas serenamente se apodera de nosotros el miedo escénico. Nos hemos transformado en una gigantesca casa de Bernarda Alba en la que todas y todos somos a la vez Bernarda, sus hijas, la abuela y la Poncia. Sobre nosotros planea constantemente el deseo- ausencia de Pepe el Romano pero gana siempre la partida el miedo castrador y letal.
Es esta una ocasión para que el PCE, arriesgando, convoque a refundación y a rearme ideológico consecuente. Pero esa es una decisión que implica un nuevo compromiso, nuevas expectativas, entrada de sangre roja y nueva, relanzar la historia del PCE en otra fase, afrontar una breve travesía del desierto (lo que duran unos cuantos telediarios) y aclarar posiciones en torno al Movimiento Obrero y sus actuales organizaciones. Una entidad o fuerza comunista hoy día es la portavoz, de palabra y hechos, de una civilización alternativa pero que surja de las entrañas de ésta. El compromiso con la realidad para cambiarla es una permanente seña de identidad. ¿Qué hacemos en el XVIII Congreso?
Julio Anguita González

No hay comentarios: