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viernes, 22 de mayo de 2009

El escritor y periodista Juanjo Téllez reivindica la Europa dela Iguldad, la Fraternidad y la Libertad, en la presentación de la campaña de IU


La Europa que sueño no es la de Silvio Berlusconi cuyo paquete de seguridad criminaliza a la inmigración por el simple hecho de intentar sobrevivir en un mundo y en un tiempo en donde buscarse la vida llega a ser un delito.
La Europa que querría que siguiéramos construyendo no es la de las directivas y los muros de la vergüenza que excluyen de su supuesto paraíso a quienes no tienen un papel en regla o un anillo con una fecha por dentro, la que envía patrullas a capturar a los náufragos de la globalización para repatriarlos con camisas de fuerzas y mordazas asfixiantes a países que a veces no son los suyos o a campos de concentración a este o al otro lado del Estrecho; ni es la Europa de las expulsiones o la que apunta con el dedo acusador como culpable de la crisis a quienes han compartido el trabajo y este sueño con nosotros, en lugar de señalar a un sistema económico corrupto al que ya Federico García Lorca quería cortarle el cuello tras el crack del 29; en lugar de señalar a un sistema político cómplice con más intereses económicos de andar por casa que necesarias utopías de futuro.
La Europa que busco no es la de la extrema derecha agitando sus bates en Grecia o azuzando a sus nuevos ideólogos desde Francia a Holanda, desde Austria al Reino Unido, no es la que en Lisboa acepto renunciar a sus símbolos, entre ellos la novena de Beethoven como himno de todos, para que no tengamos más identidad que el euro, más identidad que esos bancos prestidigitadores que nos robaron la cartera y no nos la devuelven.
La Europa que yo intuía al este lado de los Pirineos de la dictadura y del aislamiento internacional de España no es la que aceptaba sin más que el futuro consagrara diferencias legales entre patricios y plebeyos; diferencias sociales entre las nuevas chabolas de los desposeídos y el papel couché del glamour más exquisito; diferencias de género que siguen dando por bueno que la mujer suela cobrar mucho menos dinero que el hombre por el mismo trabajo; diferencias de trato entre los que supuestamente están capacitados y los que no lo están; diferencias de renta entre los trabajadores, castigando a los jóvenes por ser jóvenes y a los viejos por ser viejos, y entre los trabajadores y los ejecutivos que blindan sus despidos por no haber hecho bien el trabajo para el que habían sido contratados con sueldos millonarios; diferencias de impuestos entre quienes ponen todas sus ganancias al servicio del común de los europeos y los que las esconden en los paraísos fiscales que no sólo no hemos sido capaces de perseguir y suprimir como máximo ejemplo del capitalismo salvaje, sino que incluso hemos abierto y consagrado en el territorio supuestamente solidario de la Unión.
La Europa que yo intuía a este lado de los Pirineos de la Dictadura y del aislamiento internacional de España no era la de la diferencia, sino la de la igualdad, la fraternidad y la libertad.
La Europa que amo no es la que se resigna a la destrucción sistemática del planeta por ese ejército de chimeneas delincuentes y barcos piratas, ni la que construye bases militares en lugar de consolidar una diplomacia común y fuerte que no sea una simple auxiliar administrativa de la de Estados Unidos. Ni es, desde luego, la que prefiere el gris cemento al verde bosque, el gratis total de los despidos, las jornadas laborales interminables, o la edad de jubilación cada vez más remota. Ni la que acepta sin más que se empobrezca eternamente la orilla sur del mediterráneo o la enorme orilla sur de este planeta que seguimos colonizando con deslocalizaciones de fábricas que buscan el beneficio fácil y no la difícil e imprescindible empresa de la ayuda al desarrollo.
La Europa que aparece en mi línea de horizonte no es la de las palabras extrañas como Maastrich o Bolkestein sino la de los nombres familiares como Pablo Picasso, Federico Fellini, Jacques Brel, Jean Paul Sartre, Rembrandt, José Saramago, Mikis Teodorakis, los Rolling Stones, Bertolt Brecht, Wolfang Amadeus Mozart y, hoy más que nunca, Carlos Castilla del Pino.
Mi Europa no es la del G-7, la del G-20 o la del Tratado de Lisboa. Mi Europa es la Europa de los pueblos y entre ellos debe figurar dignamente Andalucía. Por eso estoy aquí, esta mañana, para pedirle a la izquierda europea que me ayude a conseguirla.

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