En la campaña electoral en la enseñanza pública varios sindicatos se han centrado en la defensa de los docentes. También se organizan foros de debate intentando dar respuesta al terremoto social que zarandea el sistema educativo y desconcierta a los enseñantes.
Los cambios sociales son de gran complejidad, se acelera la velocidad de producción de conocimientos, están en crisis los ámbitos de socialización (familias) y tienen un fuerte impacto las TIC. El contenido del trabajo docente se endurece por el aumento de las ratios, la complejidad de diversidades existentes, la falta de motivación y de límites en sectores del alumnado y, a veces, la no colaboración de las familias en la educación de sus hijos. No es fácil el ejercicio de la profesión en determinadas zonas y niveles (primer ciclo de ESO). Los nuevos retos conducen a la insatisfacción y a los temores.
La quemazón aumenta por la falta de reconocimiento de la función social del profesorado, los recortes salariales, las inseguridades ante el futuro (posible pérdida de la jubilación a los 60 años) o el aplazamiento sine die del Estatuto de la Función Docente. Normas como la de Madrid sobre la autoridad del profesorado suenan a broma en medio de un diluvio de ataques a la educación pública.
Con este panorama hay una cosa clara: la clave está en nosotros. En la conciencia de que es el profesor el que marca la diferencia. Actuando en dos planos. En el general, haciendo nuestro trabajo con la misma profesionalidad que la orquesta del Titanic, pero movilizándonos para que no hundan a la escuela pública. Es lo que Michael Apple llama la teoría de la resistencia ante las políticas conservadoras.
En el centro educativo, generalizando las buenas prácticas: con respeto y afecto hacia el alumnado, cooperando con otros y compartiendo dudas y problemas, considerando el contexto, contando democráticamente con toda la comunidad y atreviéndonos a innovar. Ante la gran incertidumbre social hay que educar en la autonomía para pensar, sentir y actuar. Como la calidad de la enseñanza de un centro (y de un país) no puede ser mayor que la de sus profesores, pobre de aquel país que no cuida un capital humano tan decisivo.
Agustín Moreno es maestro.
Histórico sindicalista de las CC.OO.
Fuente: Revista Escuela, Núm. 3.887 (1.782), 9 de diciembre 2010.
Los cambios sociales son de gran complejidad, se acelera la velocidad de producción de conocimientos, están en crisis los ámbitos de socialización (familias) y tienen un fuerte impacto las TIC. El contenido del trabajo docente se endurece por el aumento de las ratios, la complejidad de diversidades existentes, la falta de motivación y de límites en sectores del alumnado y, a veces, la no colaboración de las familias en la educación de sus hijos. No es fácil el ejercicio de la profesión en determinadas zonas y niveles (primer ciclo de ESO). Los nuevos retos conducen a la insatisfacción y a los temores.
La quemazón aumenta por la falta de reconocimiento de la función social del profesorado, los recortes salariales, las inseguridades ante el futuro (posible pérdida de la jubilación a los 60 años) o el aplazamiento sine die del Estatuto de la Función Docente. Normas como la de Madrid sobre la autoridad del profesorado suenan a broma en medio de un diluvio de ataques a la educación pública.
Con este panorama hay una cosa clara: la clave está en nosotros. En la conciencia de que es el profesor el que marca la diferencia. Actuando en dos planos. En el general, haciendo nuestro trabajo con la misma profesionalidad que la orquesta del Titanic, pero movilizándonos para que no hundan a la escuela pública. Es lo que Michael Apple llama la teoría de la resistencia ante las políticas conservadoras.
En el centro educativo, generalizando las buenas prácticas: con respeto y afecto hacia el alumnado, cooperando con otros y compartiendo dudas y problemas, considerando el contexto, contando democráticamente con toda la comunidad y atreviéndonos a innovar. Ante la gran incertidumbre social hay que educar en la autonomía para pensar, sentir y actuar. Como la calidad de la enseñanza de un centro (y de un país) no puede ser mayor que la de sus profesores, pobre de aquel país que no cuida un capital humano tan decisivo.
Agustín Moreno es maestro.
Histórico sindicalista de las CC.OO.
Fuente: Revista Escuela, Núm. 3.887 (1.782), 9 de diciembre 2010.
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