El años anteriores desde Comunistas de Málaga, en aniversarios del “Octubre” ruso, señalábamos como se saldaba el milenio anterior con la extensión e imperio del orden/desorden neoliberal y tras una más que traumática derrota política y cultural del movimiento obrero y de las izquierdas en todas sus variantes. Proponíamos en esos momentos de crisis e incertidumbres a Vladimir Ilich Lenin, no como fuente de recetas para superar ese presente, ni tampoco como un agitador de sueños sin fronteras, es decir como un utópico, sino como, señalaba Gramsci, como el “hombre de pensamiento y de acción” que se rebelaba contra un devenir histórico injusto y que ponía toda su voluntad y su vida al servicio de la necesaria emancipación humana.
Parecía que estaba cambiando drásticamente, el orden neoliberal se desplomaba, como una baraja de naipes, y se hundian las economías capitalistas en una de sus mayores crisis sistémicas. Todos los comentaristas, incluidos los defensores del propio sistema, señalaban las serias dificultades que existían para buscar una “lampedusiana” salida, que todo cambie para que siga igual. La yuxtaposición de las crisis, es decir la derivada por la crisis energética, la ecológica, la alimentaria, la financiera,..., que se ha extendido a todos y cada uno de los sectores productivos ha llevado a la quiebra a bancos, industrias, compañías aéreas, etc., que hacían ver que los más acérrimos enemigos del Estado y de la intervención pública en la economía estaban pidiendo o llevando a cabo “nacionalizaciones”, nos dejaba traslucir la envergadura de los acontecimientos que se podían suceder en el futuro y que hacían que los gobiernos “occidentales” escenificaran reuniones, normalmente estériles, para representar su laboriosidad y capacidad de “control” de la situación en busca de una supuesta “confianza” mundial que como ungüento milagroso lo arreglará todo, a favor de los de siempre.
La crisis económica lejos de tener visos de desaparecer se ha instalado para quedarse y está siendo la justificación útil y necesaria para dar un golpe certero a las conquistas sociales y laborales del llamado “estado del bienestar” y de camino a las únicas bases de resistencia que el movimiento obrero dispone, es decir los sindicatos. Como defienden los ultraliberales “chicos de Chicago”, el desastre se está convirtiendo en una oportunidad para el beneficio de unos pocos, especialmente los principales inductores y responsables de la crisis.
Las políticas de “ajuste” sobre las clases trabajadoras de los gobiernos neoliberales, ya sean conservadores o socialdemócratas, se están imponiendo a pesar de las resistencias en países como Grecia, Francia y recientemente en España. Los salarios, los derechos laborales, las pensiones, la calidad de la enseñanza y la sanidad, la gestión de lo público, etc., son el objetivo nuclear de la ofensiva capitalista.
Estamos en tiempos de cambios, no hay dudas de ello, pero las izquierdas siguen ensimismadas y no parecen disponer de capacidad de respuestas, de construir alternativas globales que aglutinen a la mayoría de los pueblos del mundo para construir una salida democrática y justa a favor de los pueblos y trabajadores. Ello evidencia aún más la profundidad de la derrota política, social, cultural e ideológica sufrida por el movimiento obrero y sus organizaciones políticas y sociales. El Foro Social Mundial podría ser un espacio de construcción de la alternativa global, los comunistas siempre han estado ahí donde la historia y el combate les ha requerido y no dudo, a pesar de errores y desaciertos notables, que estaremos donde sea necesario, nuestro ADN nos lo impone y nuestra moral nos lo exige.
La revolución rusa que, en estos días, cumple su 93 aniversario puede ser un episodio de la historia del movimiento obrero que nos ilumine en la oscuridad de los tiempos que vivimos. Hambre, miseria, paro, muerte, guerra, son los ingredientes de la época, no son nada nuevos para la Humanidad, pero si el momento que se vive. Todo puede empeorar para los más débiles, y debemos estar preparados. La Revolución es la respuesta, no sabemos como será, si caeremos en los mismos errores que nos han llevado a las derrotas, pero siempre merece la pena intentarlo.
Seamos como decía el viejo Lenin a un estudiante nórdico, cuando estaba en el exilio, “seamos tan radicales como la realidad misma” y nada más radical que el ejemplo de una revolución como la soviética que liquidó el poder burgués y estableció un poder alternativo compuesto de obreros y de campesinos. Una revolución que contenía enseñanzas que el joven Gramsci supo intuir desde un primer momento, que siempre merecía la pena hacer la revolución aunque fuera en contra de lo que previamente hemos teorizado que fuera. Es por eso que nuevamente publicamos este escrito del comunista italiano, fundador del PCI y notable pensador marxista, con una visión propia del leninismo frente a las que dominaron y que se perpetuaron posteriormente. El título ya es sugerente y provocador, su interés a pesar de lo escueto del mismo es notable ya que pone sobre la mesa cuestiones como la fidelidad a los dogmas, la acción en una coyuntura concreta, la importancia de lo subjetivo en la revolución así como su inserción en una estructura determinada, la importancia de la organización,...
Nuestro querido camarada Marcelino Camacho en una visita que hizo a Málaga junto a su compañera Josefina, cuando iniciábamos en camino de construcción de Izquierda Unida, en una entrevista que le hicimos para el periódico del Comité provincial del PCA, “La Alternativa”, nos daba una enseñanza que bebía en lo mejor de Gramsci y Lenin y que siempre he tenido como referencia y antídoto frente a infantilismos estériles. Nos decía que en política de masas debíamos ir siempre por delante de los trabajadores y trabajadoras pero tan solo un poco para ir tirando de ellas hacia posiciones transformadoras, porque si te distancias mucho de lo que perciben, comprenden y desean, irremediablemente el contacto con ellas se habrá roto y no dispondrás de posibilidad de influir en los acontecimientos, además de haber entregado al enemigo de clase esa influencia.
La historia de la Revolución soviética no se ha cerrado, ni se cerrará próximamente porque en sus hijos, entre ellos el PCE, todos aquellos que siguen en la lucha contra el capital, sigue existiendo en sus conciencias y voluntades.
Mientras tanto, la historia continúa.
Eduardo del Rosal
Parecía que estaba cambiando drásticamente, el orden neoliberal se desplomaba, como una baraja de naipes, y se hundian las economías capitalistas en una de sus mayores crisis sistémicas. Todos los comentaristas, incluidos los defensores del propio sistema, señalaban las serias dificultades que existían para buscar una “lampedusiana” salida, que todo cambie para que siga igual. La yuxtaposición de las crisis, es decir la derivada por la crisis energética, la ecológica, la alimentaria, la financiera,..., que se ha extendido a todos y cada uno de los sectores productivos ha llevado a la quiebra a bancos, industrias, compañías aéreas, etc., que hacían ver que los más acérrimos enemigos del Estado y de la intervención pública en la economía estaban pidiendo o llevando a cabo “nacionalizaciones”, nos dejaba traslucir la envergadura de los acontecimientos que se podían suceder en el futuro y que hacían que los gobiernos “occidentales” escenificaran reuniones, normalmente estériles, para representar su laboriosidad y capacidad de “control” de la situación en busca de una supuesta “confianza” mundial que como ungüento milagroso lo arreglará todo, a favor de los de siempre.
La crisis económica lejos de tener visos de desaparecer se ha instalado para quedarse y está siendo la justificación útil y necesaria para dar un golpe certero a las conquistas sociales y laborales del llamado “estado del bienestar” y de camino a las únicas bases de resistencia que el movimiento obrero dispone, es decir los sindicatos. Como defienden los ultraliberales “chicos de Chicago”, el desastre se está convirtiendo en una oportunidad para el beneficio de unos pocos, especialmente los principales inductores y responsables de la crisis.
Las políticas de “ajuste” sobre las clases trabajadoras de los gobiernos neoliberales, ya sean conservadores o socialdemócratas, se están imponiendo a pesar de las resistencias en países como Grecia, Francia y recientemente en España. Los salarios, los derechos laborales, las pensiones, la calidad de la enseñanza y la sanidad, la gestión de lo público, etc., son el objetivo nuclear de la ofensiva capitalista.
Estamos en tiempos de cambios, no hay dudas de ello, pero las izquierdas siguen ensimismadas y no parecen disponer de capacidad de respuestas, de construir alternativas globales que aglutinen a la mayoría de los pueblos del mundo para construir una salida democrática y justa a favor de los pueblos y trabajadores. Ello evidencia aún más la profundidad de la derrota política, social, cultural e ideológica sufrida por el movimiento obrero y sus organizaciones políticas y sociales. El Foro Social Mundial podría ser un espacio de construcción de la alternativa global, los comunistas siempre han estado ahí donde la historia y el combate les ha requerido y no dudo, a pesar de errores y desaciertos notables, que estaremos donde sea necesario, nuestro ADN nos lo impone y nuestra moral nos lo exige.
La revolución rusa que, en estos días, cumple su 93 aniversario puede ser un episodio de la historia del movimiento obrero que nos ilumine en la oscuridad de los tiempos que vivimos. Hambre, miseria, paro, muerte, guerra, son los ingredientes de la época, no son nada nuevos para la Humanidad, pero si el momento que se vive. Todo puede empeorar para los más débiles, y debemos estar preparados. La Revolución es la respuesta, no sabemos como será, si caeremos en los mismos errores que nos han llevado a las derrotas, pero siempre merece la pena intentarlo.
Seamos como decía el viejo Lenin a un estudiante nórdico, cuando estaba en el exilio, “seamos tan radicales como la realidad misma” y nada más radical que el ejemplo de una revolución como la soviética que liquidó el poder burgués y estableció un poder alternativo compuesto de obreros y de campesinos. Una revolución que contenía enseñanzas que el joven Gramsci supo intuir desde un primer momento, que siempre merecía la pena hacer la revolución aunque fuera en contra de lo que previamente hemos teorizado que fuera. Es por eso que nuevamente publicamos este escrito del comunista italiano, fundador del PCI y notable pensador marxista, con una visión propia del leninismo frente a las que dominaron y que se perpetuaron posteriormente. El título ya es sugerente y provocador, su interés a pesar de lo escueto del mismo es notable ya que pone sobre la mesa cuestiones como la fidelidad a los dogmas, la acción en una coyuntura concreta, la importancia de lo subjetivo en la revolución así como su inserción en una estructura determinada, la importancia de la organización,...
Nuestro querido camarada Marcelino Camacho en una visita que hizo a Málaga junto a su compañera Josefina, cuando iniciábamos en camino de construcción de Izquierda Unida, en una entrevista que le hicimos para el periódico del Comité provincial del PCA, “La Alternativa”, nos daba una enseñanza que bebía en lo mejor de Gramsci y Lenin y que siempre he tenido como referencia y antídoto frente a infantilismos estériles. Nos decía que en política de masas debíamos ir siempre por delante de los trabajadores y trabajadoras pero tan solo un poco para ir tirando de ellas hacia posiciones transformadoras, porque si te distancias mucho de lo que perciben, comprenden y desean, irremediablemente el contacto con ellas se habrá roto y no dispondrás de posibilidad de influir en los acontecimientos, además de haber entregado al enemigo de clase esa influencia.
La historia de la Revolución soviética no se ha cerrado, ni se cerrará próximamente porque en sus hijos, entre ellos el PCE, todos aquellos que siguen en la lucha contra el capital, sigue existiendo en sus conciencias y voluntades.
Mientras tanto, la historia continúa.
Eduardo del Rosal
Secretario de Memoria Histórica del PCA de Málaga
LA REVOLUCIÓN CONTRA EL CAPITAL
Antonio Gramsci
La Revolución de los bolcheviques se ha insertado definitivamente en la Revolución general del pueblo ruso. Los maximalistas, que hasta hace dos meses habían sido el fermento necesario para que los acontecimientos no se detuvieran, para que la marcha hacia el futuro no concluyera, dando lugar a una forma definitiva de -reajuste que habría sido un aposentamiento burgués-, se han hecho dueños del poder, han establecido su dictadura y están elaborando las formas socialistas en las que la Revolución tendrá finalmente que hacer un alto para continuar desarrollándose armónicamente, sin choques demasiado violentos, partiendo de las grandes conquistas ya conseguidas.
La Revolución de los bolcheviques se compone más de ideología que de hechos. (Por eso, en el fondo, nos importa poco saber más de cuanto ya sabemos). Es la Revolución contra El Capital, de Carlos Marx. El Capital, de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la necesidad ineluctable de que en Rusia se formara una burguesía, se iniciara una Era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera siquiera pensar en su insurrección, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han reventado los esquemas críticos según los cuales la Historia de Rusia hubiera debido desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques reniegan de Carlos Marx, al afirmar con el testimonio de la acción desarrollada, de las conquistas realizadas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como se pudiera pensar y se ha pensado.
Y, sin embargo, también en estos acontecimientos hay una fatalidad, y si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador. No son “marxistas”, y eso es todo; no han compilado sobre las obras del Maestro una doctrina exterior de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere, que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, contaminado en Marx de incrustaciones positivistas y naturalistas. Y este pensamiento nunca sitúa como máximo factor de historia los hechos económicos en bruto, sino siempre el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se acercan unos a otros, que se comprenden, que desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad social, colectiva, y comprenden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su voluntad, hasta que esta deviene en el motor de la economía, en plasmadora de la realidad objetiva, que vive, se mueve y adquiere carácter de material telúrico en ebullición, canalizable allí donde a la voluntad desee, y como la voluntad lo desee.
Marx ha previsto lo previsible. No podía prever la guerra europea, o mejor dicho, no podía prever la duración y los efectos que esta guerra ha tenido. No podía prever que esta guerra, en tres años de sufrimientos y miseria indecibles suscitara en Rusia la voluntad colectiva popular que ha suscitado. Semejante voluntad necesita normalmente para formarse un largo proceso de infiltraciones capilares; una larga serie de experiencias de clase. Los hombres son perezosos, necesitan organizarse, primero exteriormente, en corporaciones y ligas; después, íntimamente, en el pensamiento, en las voluntades... de una incesante continuidad y multiple de estímulos exteriores. He aquí porqué normalmente, los cánones de crítica histórica del marxismo captan la realidad, la aprehenden y la hacen evidente y distinta. Normalmente las dos clases del mundo capitalista crean la historia a través de la lucha de clases cada vez más intensa. El proletariado siente su miseria actual, se halla en continuo estado de desazón y presiona sobre la burguesía para mejorar sus condiciones de existencia. Lucha, obliga a la burguesía a mejorar la técnica de la producción, a hacer más útil la producción para que sea posible satisfacer sus necesidades más urgentes. Se trata de una apresurada carrera hacia el perfeccionamiento que acelera el ritmo de la producción e incrementa constantemente la suma de los bienes que servirán a la colectividad. Y en esta carrera caen muchos y hace más apremiante el deseo de los que se quedan, y la masa se halla siempre agitada, y va pasando de caos-pueblo a entidad de pensamiento cada vez más ordenado, y cada vez más consciente de su propia potencia, de su propia capacidad para asumir la responsabilidad social, de convertirse en árbitro de sus propios destinos.
Eso ocurre normalmente. Cuando los hechos se repiten con un cierto ritmo. Cuando la historia se desarrolla a través de momentos cada vez más complejos y ricos de significados y de valor, pero, en definitiva, similares. Mas en Rusia, la guerra ha servido para sacudir las voluntades. Estas, con los sufrimientos acumulados en tres años, se han puesto al unísono con gran rapidez. La carestía era acuciante, el hambre, la muerte por inanición podía golpearles a todos, aniquilar de un golpe a decenas de millones de hombres. Las voluntades se han puesto al unísono, al principio mecánicamente y activamente, espiritualmente, tras la primera revolución (1).
Las prédicas socialistas han puesto al pueblo ruso en contacto con las experiencias de los demás proletariados. La predicación socialista hace vivir en un instante dramáticamente, la historia del proletariado, sus luchas contra el capitalismo, la prolongada serie de esfuerzos que tuvo que hacer para emanciparse idealmente de los vínculos de servilismo que le hacían algo abyecto, para convertirse así en conciencia nueva, en testimonio actual de un mundo futuro. La predicación socialista ha creado la voluntad social del pueblo ruso. ¿Por qué debía esperar ese pueblo que la historia de Inglaterra se renueve en Rusia, que en Rusia se forme una burguesía, que se suscitara la lucha de clases para que nazca la conciencia de clase y sobrevenga finalmente la catástrofe del mundo capitalista? El pueblo ruso ha recorrido estas magníficas experiencias con el pensamiento, aunque se trate del pensamiento de una minoría. Ha superado esas experiencias. Se sirve de ellas para afirmarse ahora, como se servirá de las experiencias capitalistas occidentales para colocarse, en breve tiempo, al nivel de producción del mundo occidental. América del Norte está, en el sentido capitalista, más adelantada que Inglaterra, porque en América del Norte los anglosajones han comenzado de golpe a partir del estadio a que Inglaterra había llegado tras una larga evolución. El proletariado ruso, educado en sentido socialista, empezará su historia desde el estadio máximo de producción a que ha llegado la Inglaterra de hoy, porque teniendo que empezar, lo hará a partir de la perfección alcanzada ya por otros y de esa perfección recibirá el impulso para alcanzar la madurez económica que según Marx es condición necesaria del colectivismo. Los revolucionarios crearán ellos mismos las condiciones necesarias para la realización completa y plena de su ideal. Las crearán en menos tiempo del que habría empleado el capitalismo.
Las críticas que los socialistas han hecho y harán al sistema burgués, para evidenciar las imperfecciones, el dispendio de riquezas, servirán a los revolucionarios para hacerlo mejor, para evitar esos dispendios, para no caer en aquellas deficiencias. Será, en principio, el colectivismo de la miseria, del sufrimiento. Pero las mismas condiciones de miseria y sufrimiento habrían sido heredadas por un régimen burgués. El capitalismo no podría hacer jamás súbitamente en Rusia más de lo que podrá hacer el colectivismo. Y hoy haría mucho menos, porque tendría en seguida en contra a un proletariado descontento, frenético, incapaz de soportar durante más años los dolores y las amarguras que el malestar económico acarrea. Incluso desde un punto de vista humano absoluto, el socialismo tiene en Rusia su justificación. Los sufrimientos que vendrán tras la paz sólo serán soportables si los proletarios sienten que está en su voluntad, en su tenacidad en el trabajo, el suprimirlo en el menor tiempo posible.
Se tiene la impresión de que los maximalistas hayan sido en este momento la expresión espontánea, biológicamente necesaria, para que la humanidad rusa no caiga en el abismo, para que absorbiéndose en el trabajo gigantesco y autónomo de su propia regeneración, pueda sentir con menos crueldad los estímulos del lobo hambriento, para que Rusia no se transforme en una enorme carnicería de fieras que se desgarren unas a otras.
(1) Se refiere a la revolución democrático-burguesa de febrero (marzo) de 1917.
(*)Aparecido en Avanti, edición milanesa, el 24 de noviembre de 1917. Reproducido en el Il Grido del Popolo el 5 de enero de 1918
Esta Edición en Marxists Internet Archive/ Antología de Antonio Gramsci de Manuel Sacristán. Siglo XXI ed. (1977)
La Revolución de los bolcheviques se compone más de ideología que de hechos. (Por eso, en el fondo, nos importa poco saber más de cuanto ya sabemos). Es la Revolución contra El Capital, de Carlos Marx. El Capital, de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la necesidad ineluctable de que en Rusia se formara una burguesía, se iniciara una Era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera siquiera pensar en su insurrección, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han reventado los esquemas críticos según los cuales la Historia de Rusia hubiera debido desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques reniegan de Carlos Marx, al afirmar con el testimonio de la acción desarrollada, de las conquistas realizadas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como se pudiera pensar y se ha pensado.
Y, sin embargo, también en estos acontecimientos hay una fatalidad, y si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador. No son “marxistas”, y eso es todo; no han compilado sobre las obras del Maestro una doctrina exterior de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere, que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, contaminado en Marx de incrustaciones positivistas y naturalistas. Y este pensamiento nunca sitúa como máximo factor de historia los hechos económicos en bruto, sino siempre el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se acercan unos a otros, que se comprenden, que desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad social, colectiva, y comprenden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su voluntad, hasta que esta deviene en el motor de la economía, en plasmadora de la realidad objetiva, que vive, se mueve y adquiere carácter de material telúrico en ebullición, canalizable allí donde a la voluntad desee, y como la voluntad lo desee.
Marx ha previsto lo previsible. No podía prever la guerra europea, o mejor dicho, no podía prever la duración y los efectos que esta guerra ha tenido. No podía prever que esta guerra, en tres años de sufrimientos y miseria indecibles suscitara en Rusia la voluntad colectiva popular que ha suscitado. Semejante voluntad necesita normalmente para formarse un largo proceso de infiltraciones capilares; una larga serie de experiencias de clase. Los hombres son perezosos, necesitan organizarse, primero exteriormente, en corporaciones y ligas; después, íntimamente, en el pensamiento, en las voluntades... de una incesante continuidad y multiple de estímulos exteriores. He aquí porqué normalmente, los cánones de crítica histórica del marxismo captan la realidad, la aprehenden y la hacen evidente y distinta. Normalmente las dos clases del mundo capitalista crean la historia a través de la lucha de clases cada vez más intensa. El proletariado siente su miseria actual, se halla en continuo estado de desazón y presiona sobre la burguesía para mejorar sus condiciones de existencia. Lucha, obliga a la burguesía a mejorar la técnica de la producción, a hacer más útil la producción para que sea posible satisfacer sus necesidades más urgentes. Se trata de una apresurada carrera hacia el perfeccionamiento que acelera el ritmo de la producción e incrementa constantemente la suma de los bienes que servirán a la colectividad. Y en esta carrera caen muchos y hace más apremiante el deseo de los que se quedan, y la masa se halla siempre agitada, y va pasando de caos-pueblo a entidad de pensamiento cada vez más ordenado, y cada vez más consciente de su propia potencia, de su propia capacidad para asumir la responsabilidad social, de convertirse en árbitro de sus propios destinos.
Eso ocurre normalmente. Cuando los hechos se repiten con un cierto ritmo. Cuando la historia se desarrolla a través de momentos cada vez más complejos y ricos de significados y de valor, pero, en definitiva, similares. Mas en Rusia, la guerra ha servido para sacudir las voluntades. Estas, con los sufrimientos acumulados en tres años, se han puesto al unísono con gran rapidez. La carestía era acuciante, el hambre, la muerte por inanición podía golpearles a todos, aniquilar de un golpe a decenas de millones de hombres. Las voluntades se han puesto al unísono, al principio mecánicamente y activamente, espiritualmente, tras la primera revolución (1).
Las prédicas socialistas han puesto al pueblo ruso en contacto con las experiencias de los demás proletariados. La predicación socialista hace vivir en un instante dramáticamente, la historia del proletariado, sus luchas contra el capitalismo, la prolongada serie de esfuerzos que tuvo que hacer para emanciparse idealmente de los vínculos de servilismo que le hacían algo abyecto, para convertirse así en conciencia nueva, en testimonio actual de un mundo futuro. La predicación socialista ha creado la voluntad social del pueblo ruso. ¿Por qué debía esperar ese pueblo que la historia de Inglaterra se renueve en Rusia, que en Rusia se forme una burguesía, que se suscitara la lucha de clases para que nazca la conciencia de clase y sobrevenga finalmente la catástrofe del mundo capitalista? El pueblo ruso ha recorrido estas magníficas experiencias con el pensamiento, aunque se trate del pensamiento de una minoría. Ha superado esas experiencias. Se sirve de ellas para afirmarse ahora, como se servirá de las experiencias capitalistas occidentales para colocarse, en breve tiempo, al nivel de producción del mundo occidental. América del Norte está, en el sentido capitalista, más adelantada que Inglaterra, porque en América del Norte los anglosajones han comenzado de golpe a partir del estadio a que Inglaterra había llegado tras una larga evolución. El proletariado ruso, educado en sentido socialista, empezará su historia desde el estadio máximo de producción a que ha llegado la Inglaterra de hoy, porque teniendo que empezar, lo hará a partir de la perfección alcanzada ya por otros y de esa perfección recibirá el impulso para alcanzar la madurez económica que según Marx es condición necesaria del colectivismo. Los revolucionarios crearán ellos mismos las condiciones necesarias para la realización completa y plena de su ideal. Las crearán en menos tiempo del que habría empleado el capitalismo.
Las críticas que los socialistas han hecho y harán al sistema burgués, para evidenciar las imperfecciones, el dispendio de riquezas, servirán a los revolucionarios para hacerlo mejor, para evitar esos dispendios, para no caer en aquellas deficiencias. Será, en principio, el colectivismo de la miseria, del sufrimiento. Pero las mismas condiciones de miseria y sufrimiento habrían sido heredadas por un régimen burgués. El capitalismo no podría hacer jamás súbitamente en Rusia más de lo que podrá hacer el colectivismo. Y hoy haría mucho menos, porque tendría en seguida en contra a un proletariado descontento, frenético, incapaz de soportar durante más años los dolores y las amarguras que el malestar económico acarrea. Incluso desde un punto de vista humano absoluto, el socialismo tiene en Rusia su justificación. Los sufrimientos que vendrán tras la paz sólo serán soportables si los proletarios sienten que está en su voluntad, en su tenacidad en el trabajo, el suprimirlo en el menor tiempo posible.
Se tiene la impresión de que los maximalistas hayan sido en este momento la expresión espontánea, biológicamente necesaria, para que la humanidad rusa no caiga en el abismo, para que absorbiéndose en el trabajo gigantesco y autónomo de su propia regeneración, pueda sentir con menos crueldad los estímulos del lobo hambriento, para que Rusia no se transforme en una enorme carnicería de fieras que se desgarren unas a otras.
(1) Se refiere a la revolución democrático-burguesa de febrero (marzo) de 1917.
(*)Aparecido en Avanti, edición milanesa, el 24 de noviembre de 1917. Reproducido en el Il Grido del Popolo el 5 de enero de 1918
Esta Edición en Marxists Internet Archive/ Antología de Antonio Gramsci de Manuel Sacristán. Siglo XXI ed. (1977)
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