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martes, 30 de noviembre de 2010

Dominio y miseria del capitalismo

Antonio Tellado
Secretario Político de la Agrupación "Andrés Rodríguez" del PCA de Málaga
En las décadas finales del pasado siglo y en estos primeros años del XXI, el capitalismo ha alcanzado su meta al dominar el panorama mundial, tanto en lo político como en lo económico, haciendo sonar sus trompetas triunfales y canonizando al mercado como el nuevo dios que rige nuestras vidas y haciendas e incluso declarando que ya hemos llegado al final de la Historia (ver FUKUYAMA, Francis. El fin de la Historia y el último hombre), o lo que es lo mismo, que el camino de progreso de la Historia que ha llevado a la humanidad a superar en cada época las condiciones de vida de sus antepasados, ya ha terminado. Es la culminación del modelo social y económico capitalista, según el cual es el mercado, gracias al interés individual el que mueve la economía y la sociedad. La modernidad, según ellos, es la ley del más fuerte, el sálvese quien pueda, y en ese sentido acuden como ejemplo para legitimar sus ideas, a las leyes de supervivencia de la Naturaleza: hay que devorar para no ser devorados. Pero ese camino del ser humano desde el planteamiento anterior de primar lo colectivo y solidario hasta el actual individualismo egoísta no lo han recorrido millones de personas de forma espontánea, sino que desde poderosas fundaciones americanas se viene derramando un maná en forma de millones de dólares sobre departamentos universitarios y becarios ávidos de conseguir el éxito personal al convertirse en intelectuales orgánicos del sistema, en defensores de las ideas neoconservadoras y su expresión económica el ultraliberalismo (ver GEORGE, Susan. "El pensamiento secuestrado"). Después de esa ofensiva a la que sus adversarios intelectuales no podían oponer dinero ni poder, sino únicamente ideas, cuyo poder de compra, como todo el mundo sabe, es muy inferior al del dinero, a los neoconservadores/ultraliberales ya sólo les quedaba enterrar los restos de lo que consideran una antigualla: sindicatos, partidos de izquierda contarios al sistema y organizaciones solidarias y reivindicativas, y para esa tarea, dado su poder económico, no les han faltado voluntarios, incluidos miembros de la propia izquierda. Sin embargo, como ocurre muchas veces, se dio la noticia de la victoria antes de que concluyera la batalla y los enterradores no pudieron consumar su pío trabajo.
Mientras se libraba tan decisiva batalla en el terreno de las ideas, de la política y de la economía, la atención de la gente se centraba en lo que consideraba más importante: los eventos deportivos, los programas televisivos del corazón, con princesas del pueblo o de la corte incluidas y cosas por el estilo, asumiendo el mensaje que desde los medios le transmitían de que lo único importante es mirar por el bolsillo y por el ombligo. Todo iba para el sistema a pedir de boca, hasta que un día estalló la crisis –algo anunciado- y las cosas empezaron a verse de manera muy diferente; muchos perjudicados cayeron en la cuenta de que aquellos a los que la prensa había calificado de antigualla llevaban bastante razón al decir que en la ley de la selva siempre son los más débiles los que pierden. Ahora, se intenta vender la inminente recuperación económica, pero las cifras sobre crecimiento, PIB y demás indicadores de la macroeconomía nunca reflejan el reparto desigual de la riqueza. Que le expliquen a los millones de paradas, a los que no les llega para vivir, a los excluidos o a los que pierden su vivienda por no poder pagar la hipoteca que la economía ha mejorado porque se venden más coches de lujo.
Las cifras de paro y de marginación se disparan, cientos de miles de personas se ven obligados a vivir de la caridad o a rebuscar entre las basuras para conseguir alimentos, y lo peor de todo es que el paro y la marginación no son sólo las consecuencias del desmedido enriquecimiento de unos pocos, sino una necesidad prevista por el sistema para crecer y que los beneficios de las grandes empresas aumenten. El miedo de la gente a perder su trabajo o a engrosar las filas de lo que es ya una legión de marginados, les obliga al sometimiento y a la aceptación de lo inaceptable. Hay que sobrevivir como sea. No deja de ser un ejemplo revelador que en un país como Estados Unidos, que cuenta con las personas más adineradas del planeta, y por supuesto con enormes recursos, millones de personas coman de las basuras o que haya quien muere a las puertas de un hospital por no contar con un seguro médico. Hasta ese extremo llega la crueldad del sistema.
Pero los culpables de todo ello no son sólo los grandes magnates, ese cáncer que ha arrasado con el entorno natural y con lo mejor de la gente, sino todos los que por complicidad o ignorancia participan en la cadena siniestra apoyando a la injusticia al dar su voto a los partidos del sistema, en el caso de España los del bipartido único que se turnan en el gobierno. Antes de hacerlo el ciudadano/elector debería consultar con su conciencia, y si a pesar de todo es ciego y sordo para percibir el sufrimiento de los damnificados del ultraliberalismo, pues adelante, siga votándolos, pero cuidado, como en el célebre poema de Bertolt Brecht sobre las detenciones de los nazis, mañana el damnificado puede ser cualquiera, incluidos los que votan por el sistema.

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