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domingo, 26 de abril de 2009

El secuestro de una gran señora: La obra de arte.

"Camino de Almería" (2007). Segundo Castro.
Desde hace tiempo proliferan teorías sobre Arte, entre las que destacan una preocupación extrema sobre su devenir, hasta el punto que contrasta con el maltrato del que son víctimas los artistas contemporáneos, salvo algunas “excepciones”.
¿Qué motivación podría explicar que algo con un destino actualmente tan incierto, produzca tanta literatura, a menudo enrevesada y elitista, que orienta su mirada hacia el contenido y la forma de la obra de arte y el artista? Porque evidentemente sin él sería irrealizable.
Parece como si ciertos teóricos, que suelen ser filósofos, licenciados en Historia del Arte, o simplemente analistas críticos, etc. pretendieran imponernos el giro que debemos tomar los artistas plásticos. Es como si un buen día los pintores nos dedicásemos a diseñar el camino que debe seguir la literatura (que por cierto también es arte), lo cual puede ser loable, pero quizás nos correspondería con más acierto siendo escritores al mismo tiempo.
Es notoria la complejidad que esto conlleva, porque todo el mundo tiene derecho a expresar libremente lo que quiera, pero por el momento dejémoslo así por falta de espacio: como una crítica a la crítica.
Es incomprensible la actitud demoledora que afirma que el arte es nulo y que por tanto ya no tiene razón de ser, y que al mismo tiempo realcen lo ya alzado, considerado como arte indiscutible.
El que la sociedad en general se sienta ajena de algo que nace, se desarrolla y evoluciona en su propio seno, podría explicarse si nos trasladamos a los orígenes del arte, y al prolongado proceso del milenario secuestro de la obra de arte. Efectivamente, esta “Gran Señora“ experimentó un cautiverio poco después de su aparición; como el ser humano tiene un tiempo limitado de vida, la herencia de este bien social se produjo de forma natural y casi imperceptible.
Éste fenómeno se hizo más evidente a partir del desarrollo de las primeras civilizaciones, con la aparición de la propiedad privada, y el Estado, el Aparato del Poder que decide el modo de repartir las riquezas, la cultura y el arte.
Porque... ¿para quién construyeron las pirámides de Egipto, las catedrales, los palacios y las esculturas y pinturas realizadas a través de los siglos?
No es extraño que al Sr. Roca, le hayan encontrado cuadros de reconocido valor en el retrete.
Veinte millones ha sido el coste de la realización de la pintura en un techo de la O.N.U., para que lo disfruten los señores que gobiernan el mundo. ¿O lo han hecho para que lo podamos visitar el común de los mortales, o quizás pensando en los millones de niños que mueren de hambre, y en las guerras en África, manipuladas y provocadas por gobiernos europeos o de EEUU?
Esta Dama (la obra de arte), es un fenómeno humano, por lo tanto es patrimonio de la humanidad. Una de sus peculiaridades es que, a pesar de su cautiverio real, potencialmente se alberga en el espíritu y en el corazón del ser humano; me refiero a su capacidad e identificación creativa individual y colectiva. El ejercicio interactivo ente el Hombre y la Naturaleza gestó la obra de arte. Pero los señores que la controlan y la administran, suelen comportarse como si se tratara de un producto ajeno a lo cotidiano, como si su aparición fuera milagrosa, sin relación ni referencia alguna con la vida corriente de las gentes, que tienen un horario de trabajo (quien lo tiene) y unas obligaciones diarias, que van al cine, pasean, etc.
El celo con que las administraciones dedican a la conservación, del patrimonio artístico contrasta (valga la redundancia), con la indiferencia en que estamos tratados la mayoría de los creadores artísticos y culturales.
En este momento histórico, precisamente cuando formalmente nadie nos obliga a pintar para la Iglesia, ahora que nos hemos liberado, en cierto modo de esa dependencia del poder de los señores feudales, gracias a la revolución industrial y burguesa, precisamente en éste momento, afloran teorías que niegan la necesidad del Arte, por considerarlo desfasado.
Éstos críticos tan hábiles tratan de convencernos de que lo que se haga de aquí en adelante es pura simulación del pasado, y que nuestros recursos pictóricos se asientan en los detritos que la historia del arte nos permite. Las esculturas monumentales sirven para el olvido de su propia motivación.
De acuerdo que a un cambio de sociedad corresponda otra cultura, pero no justifica la desaparición de la obra de arte que simplemente evoluciona.
En los períodos históricos en que las artes estaban centralizadas en los poderes fácticos y de la Iglesia, no se daban las condiciones objetivas como para que se plantearan la desaparición de las mismas, más bien al contrario, porque éstas no podían liberarse del entorno supremo y divino del poder.
Hoy pretenden impactar a un público desconcertado, víctima de los programas escolares, que han desatendido la educación artística privándolo de la conciencia reflexiva de lo que potencialmente está dotado; facilitando una ceguera mental, que propicia el que su vinculación quede limitada a la calidad de simples espectadores, y no como posibles actores. Todo ha sido concertado al unísono, admitiendo solamente en los museos muestras de artistas de elite, proyectos millonarios, montajes con un lenguaje que hay que respetar, pero que se aleja radicalmente de lo que podríamos denominar la magia de las artes plásticas. Si durante milenios éstas han podido evolucionar como algo normal e inherente a la naturaleza del ser humano, nada puede justificar el prescindir del posible acceso de los artistas contemporáneos a los museos. Las decisiones sobre el uso y la administración de la cultura y el arte deben de ser tomadas por organizaciones que garanticen el buen funcionamiento, y no por un director ajeno al sentir de los principales protagonistas; a no ser que éste sea elegido democráticamente por los mismos y los agentes culturales.
Lo que falla verdaderamente, no es la naturaleza en sí del arte, sino el sistema político, social y cultural, en el que el libre mercado, la circulación de la obra de arte convertida en mercancía, es condicionada por la medida de valores de toda índole: el DINERO, que toma el asiento de Dios, y lo reemplaza en el TRONO, los templos y santuarios ya no son tanto las catedrales y las iglesias; los encontramos en los museos, galerías de arte y sobre todo en las entidades bancarias. A partir de la revolución industrial, el artista fue experimentando una cierta independencia a medida que el capitalismo se consolida. La “Gran Dama” lo agradeció, pero paulatinamente, la lógica capitalista, impone sus reglas de la oferta y la demanda, y si el creador, el artista se plantea vivir de su trabajo, nuestra "protagonista", continúa secuestrada por los mismos dueños, pero con otro rostro, quizás más frío y calculador que sus predecesores.

Segundo Castro Olmo.

Artista plástico y militante de nuestra Agrupación

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