Este fin de semana tendrá lugar la X Asamblea Federal de
Izquierda Unida. Se trata de un evento de extraordinaria importancia, puesto
que los mil delegados de todo el Estado tendremos oportunidad de discutir las
líneas políticas de nuestra organización. Esta será la culminación de un
proceso de reflexión que lleva realizándose meses en el seno de las asambleas
locales, provinciales y de las propias federaciones. No en vano los mil
delegados somos sólo una pequeña parte de las decenas de miles de militantes
que han tomado parte en este enorme proceso.
La cuestión fundamental de esta asamblea será debatir el qué
hacer y el cómo hacerlo. Es decir, habrá que debatir de objetivos y de métodos,
de estrategias y de tácticas. Y también, aunque con una importancia menor,
tendremos que hablar de las personas que habrán de ser las encargadas de
conducir el proyecto político consecuente. Todo ello condicionará sin duda el
escenario político de la izquierda en los próximos años. Y el hecho de que esta
Asamblea tenga lugar en un contexto de enorme crisis económica, social y
ecológica hace aún más urgente la necesidad de reflexionar con profundidad
sobre estas cuestiones.
Partamos de una realidad a menudo olvidada. Izquierda Unida
no es un partido político convencional, aunque peque de muchos de los vicios de
éstos, sino un movimiento político y social. Así lo marcan sus propios estatutos
y así juzgo personalmente que debería entenderse su papel en la sociedad. Esto
no es otra cosa que afirmar que nuestra organización ha de tener un pie en la
calle y otro en las instituciones, buscando un equilibrio necesario que sea
compatible con los objetivos políticos.
Sin embargo, la propia organización está estructurada
internamente con una rigidez y dinámica propia de un partido tradicional. Y esa
circunstancia conduce a una incapacidad manifiesta de atraer a personas
altamente capacitadas que navegan actualmente fuera de la organización. Así las
cosas los insiders, esto es, las personas familiarizadas con la negociación
interna y con la correlación de fuerzas entre las distintas corrientes
internas, suelen imponerse finalmente a los outsiders, esto es, a todas esas
personas que son potencialmente militantes pero que no terminan de sumarse
debido a las enormes barreras de entrada. Un problema que es ajeno al
enfrentamiento puramente ideológico pero que al enquistarse en el seno de la
organización logra segar la dinámica que sería necesaria para mantener el
equilibrio calle-instituciones.
El resultado final es que la organización se transforma en
un elemento mucho más conservador de lo que la calle y la ciudadanía exige. Se
produce una desconexión con la realidad, así como una tendencia a depender
políticamente de las instituciones, que lleva a que se formen otros
instrumentos al margen de la organización. Así es como podemos entender que, a
pesar de la clara coincidencia ideológica, los que han llevado a cabo la
resistencia más eficiente ante el ataque neoliberal reciente hayan sido los
movimientos sociales situados en los márgenes de Izquierda Unida.
El cómo adecuar nuestra organización a la realidad social
pasa necesariamente por un sereno debate político que ponga en entredicho los
métodos tradicionales de hacer política. Necesitamos nuevos métodos para
explotar el extraordinario potencial de una organización que tiene militantes
en prácticamente todos los municipios del Estado y que tiene en su seno a la
mejor tradición histórica de la izquierda, esto es, al Partido Comunista de
España.
Estos debates de métodos han de ser paralelos a los debates
ideológicos y estrictamente políticos, esto es, aquellos que se refieren al
papel de la economía capitalista y las alternativas planteadas. Hay que debatir
sobre el euro, las instituciones europeas, la crisis ecológica, la democracia
y, sobre todo, hacerlo desde el rigor. La izquierda tiene el deber histórico de
canalizar la frustración creciente, originada por esta crisis-estafa,
ofreciendo un proyecto político nítido y socialmente aceptable al que se deben
subordinar todas las políticas de alianzas y todas las tácticas de la
organización.
Es decir, el deber histórico de Izquierda Unida es
convertirse en un instrumento útil para que los ciudadanos podamos organizarnos
colectivamente en pos de una sociedad justa. Una sociedad que técnicamente ya
podemos construir, aprovechando las nuevas tecnologías y la espectacular
capacidad productiva de la que disponemos. Una sociedad democrática donde la
transparencia sea la norma y la política sea recuperada en su sentido noble y
original. Una sociedad que definamos entre todos y que no esté constituida a
partir de los caprichos criminales de las grandes fortunas y de las grandes
empresas.
Para quien esto escribe el objetivo de nuestra organización
ha de ser superar el sistema económico capitalista, ofreciendo una alternativa
socialista que anule el criterio de rentabilidad como elemento rector de la
producción; la estrategia habrá de ser adecuar nuestra organización a las
necesidades de los trabajadores, conectando el instrumento que somos en tanto
organización con la calle que exige alternativas; y las tácticas deberían ser
todas aquellas políticas de alianzas con partidos, sindicatos y otras
organizaciones que sean consistentes, en cada coyuntura, para fortalecer
nuestra fuerza y facilitar así la conquista del objetivo.
Si queremos, podemos.
Alberto Garzón Espinosa
Diputado de Izquierda Unida por Málaga en el Congreso
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