Eduardo J. del Rosal
Secretaría de Memoria Histórica del PCA de Málaga
En años anteriores desde estas páginas, en aniversarios del
“Octubre” ruso, señalábamos como se saldaba el milenio anterior con la
extensión e imperio del orden/desorden neoliberal y tras una más que traumática
derrota política y cultural del movimiento obrero y de las izquierdas en todas
sus variantes.
Proponíamos en esos momentos de crisis e incertidumbres a
Vladimir Ilich Lenin, no como fuente de recetas para superar ese presente, ni
tampoco como un agitador de sueños sin fronteras, es decir como un utópico,
sino como, señalaba Gramsci, como el “hombre de pensamiento y de acción” que
desde el conocimiento de la realidad, e incluso desde el más certero pesimismo
que esta podía ejercer sobre la razón, se rebelaba contra un devenir histórico
injusto y que ponía toda su voluntad y su vida al servicio de la necesaria
emancipación humana.
Parecía que estaba cambiando drásticamente, el orden
neoliberal se desplomaba, como una baraja de naipes, y se hundían las economías
capitalistas en una de sus mayores crisis sistémicas. Todos los comentaristas,
incluidos los defensores del propio sistema, señalaban las serias dificultades
que existían para buscar una “lampedusiana” salida, que todo cambie para que
siga igual. La yuxtaposición de las crisis, es decir la derivada por la crisis
energética, la ecológica, la alimentaria, la financiera,..., que se ha
extendido a todos y cada uno de los sectores productivos ha llevado a la
quiebra a bancos, industrias, compañías aéreas, etc., que hacían ver que los
más acérrimos enemigos del Estado y de la intervención pública en la economía
estaban pidiendo o llevando a cabo “nacionalizaciones”, nos dejaba traslucir la
envergadura de los acontecimientos que se podían suceder en el futuro y que
hacían que los gobiernos “occidentales” escenificaran reuniones, normalmente
estériles, para representar su laboriosidad y capacidad de “control” de la
situación en busca de una supuesta “confianza” mundial que como ungüento milagroso
lo arreglará todo, a favor de los de siempre.
La crisis económica lejos de tener visos de desaparecer se
ha instalado para quedarse y está siendo la justificación útil y necesaria para
dar un golpe certero a las conquistas sociales y laborales del llamado “estado
del bienestar” y de camino a las únicas bases de resistencia que el movimiento
obrero dispone, es decir los sindicatos. Como defienden los ultraliberales
“chicos de Chicago”, el desastre se está convirtiendo en una oportunidad para
el beneficio de unos pocos, especialmente los principales inductores y
responsables de la crisis.
Las políticas de “ajuste” sobre las clases trabajadoras de
los gobiernos neoliberales, ya sean conservadores o socialdemócratas se
imponen. La Europa
social desaparece bajo la égida alemana y a pesar de las resistencias en países
como Grecia, Portugal, Italia o España, los salarios, los derechos laborales,
las pensiones, la calidad de la enseñanza y la sanidad, la gestión de lo
público, etc., son el objetivo nuclear de la ofensiva capitalista.
Estamos en tiempos de cambios, no hay dudas de ello, pero el
movimiento obrero y las izquierdas siguen ensimismadas y no parecen disponer de
capacidad de respuestas, de construir alternativas globales que aglutinen a la
mayoría de los pueblos del mundo para construir una salida democrática y justa
a favor de los pueblos y trabajadores. Ello evidencia aún más la profundidad de
la derrota política, social, cultural e ideológica sufrida por el movimiento
obrero y sus organizaciones políticas y sociales. El Foro Social Mundial pudo
ser un espacio unitario de construcción de la necesaria alternativa global. El
Movimiento 15M de “los indignados” nacido en nuestro país, y que rápidamente se
extendió por numerosos países del planeta, es reflejo de ese mar de fondo que
fluye bajo nuestras sociedades de descontento y rechazo de un presente
angustioso y sin perspectivas de futuro para la mayoría, pero que necesita
construir en su imaginario colectivo un proyecto de futuro posible para
participar de la construcción de la Alternativa.
Los comunistas siempre han estado ahí donde la historia y el
combate les ha requerido y no dudo, a pesar de errores y desaciertos notables,
que estaremos donde sea necesario, nuestro ADN nos lo impone y nuestra moral nos
lo exige.
Seamos como decía el viejo Lenin a un estudiante nórdico,
cuando estaba en el exilio suizo, “seamos tan radicales como la realidad misma”
y nada más radical que el ejemplo de una revolución como la soviética que
liquidó el poder burgués y estableció un poder alternativo compuesto de obreros
y de campesinos. Una revolución que contenía enseñanzas que el joven Gramsci
supo intuir desde un primer momento, que siempre merecía la pena hacer la revolución
aunque fuera en contra de lo que previamente hubiéramos teorizado que fuera. Es
por eso que nuevamente publicamos este escrito del comunista italiano, fundador
del PCI y notable pensador marxista, que con una visión propia del leninismo frente
a las que dominaron y se perpetuaron posteriormente. El título ya es sugerente
y provocador, “La revolución contra El Capital”, su interés a pesar de lo
escueto del mismo es notable ya que pone sobre la mesa cuestiones como la
fidelidad a los dogmas, la acción en una coyuntura concreta, la importancia de
lo subjetivo en la revolución así como su inserción en una estructura
determinada, la importancia de la organización,...
Nuestro querido camarada Marcelino Camacho en una visita que
hizo a Málaga junto a su compañera Josefina, cuando iniciábamos en camino de
construcción de Izquierda Unida, en una entrevista que le hicimos para el
periódico del Comité provincial del PCA, “La Alternativa ”, nos daba
una enseñanza que bebía en lo mejor de Gramsci y Lenin y que siempre he tenido
como referencia y antídoto frente a infantilismos estériles. Nos decía que en
política de masas debíamos ir siempre por delante de los trabajadores y
trabajadoras pero tan solo un poco para ir tirando de ellas hacia posiciones
transformadoras, porque si te distancias mucho de lo que perciben, comprenden y
desean, irremediablemente el contacto con ellas se habrá roto y no dispondrás
de posibilidad de influir en los acontecimientos, además de haber entregado al
enemigo de clase esa influencia.
La historia de la Revolución soviética no se ha cerrado, ni se
cerrará próximamente porque en sus hijos, entre ellos el PCE, y todos aquellos
que siguen en la lucha contra el capital, sigue existiendo en sus conciencias y
voluntades el germen de la revolución.
Mientras tanto, la historia continúa.
Antonio Gramsci
Y, sin embargo, también en estos acontecimientos hay una
fatalidad, y si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El
Capital, no reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador. No
son “marxistas”, y eso es todo; no han compilado sobre las obras del Maestro
una doctrina exterior de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el
pensamiento marxista, el que nunca muere, que es la continuación del
pensamiento idealista italiano y alemán, contaminado en Marx de incrustaciones positivistas
y naturalistas. Y este pensamiento nunca sitúa como máximo factor de historia
los hechos económicos en bruto, sino siempre el hombre, la sociedad de los
hombres, de los hombres que se acercan unos a otros, que se comprenden, que
desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad social,
colectiva, y comprenden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su
voluntad, hasta que esta deviene en el motor de la economía, en plasmadora de
la realidad objetiva, que vive, se mueve y adquiere carácter de material
telúrico en ebullición, canalizable allí donde a la voluntad desee, y como la
voluntad lo desee.
Marx ha previsto lo previsible. No podía prever la guerra
europea, o mejor dicho, no podía prever la duración y los efectos que esta
guerra ha tenido. No podía prever que esta guerra, en tres años de sufrimientos
y miseria indecibles suscitara en Rusia la voluntad colectiva popular que ha
suscitado. Semejante voluntad necesita normalmente para formarse un largo
proceso de infiltraciones capilares; una larga serie de experiencias de clase.
Los hombres son perezosos, necesitan organizarse, primero exteriormente, en
corporaciones y ligas; después, íntimamente, en el pensamiento, en las
voluntades... de una incesante continuidad y multiple de estímulos exteriores.
He aquí porqué normalmente, los cánones de crítica histórica del marxismo
captan la realidad, la aprehenden y la hacen evidente y distinta. Normalmente
las dos clases del mundo capitalista crean la historia a través de la lucha de clases
cada vez más intensa. El proletariado siente su miseria actual, se halla en
continuo estado de desazón y presiona sobre la burguesía para mejorar sus
condiciones de existencia. Lucha, obliga a la burguesía a mejorar la técnica de
la producción, a hacer más útil la producción para que sea posible satisfacer
sus necesidades más urgentes. Se trata de una apresurada carrera hacia el
perfeccionamiento que acelera el ritmo de la producción e incrementa
constantemente la suma de los bienes que servirán a la colectividad. Y en esta
carrera caen muchos y hace más apremiante el deseo de los que se quedan, y la
masa se halla siempre agitada, y va pasando de caos-pueblo a entidad de
pensamiento cada vez más ordenado, y cada vez más consciente de su propia potencia,
de su propia capacidad para asumir la responsabilidad social, de convertirse en
árbitro de sus propios destinos.
Eso ocurre normalmente. Cuando los hechos se repiten con un
cierto ritmo. Cuando la historia se desarrolla a través de momentos cada vez
más complejos y ricos de significados y de valor, pero, en definitiva,
similares. Mas en Rusia, la guerra ha servido para sacudir las voluntades.
Estas, con los sufrimientos acumulados en tres años, se han puesto al unísono
con gran rapidez. La carestía era acuciante, el hambre, la muerte por inanición
podía golpearles a todos, aniquilar de un golpe a decenas de millones de
hombres. Las voluntades se han puesto al unísono, al principio mecánicamente y
activamente, espiritualmente, tras la primera revolución[1].
Las prédicas socialistas han puesto al pueblo ruso en
contacto con las experiencias de los demás proletariados. La predicación
socialista hace vivir en un instante dramáticamente, la historia del
proletariado, sus luchas contra el capitalismo, la prolongada serie de
esfuerzos que tuvo que hacer para emanciparse idealmente de los vínculos de
servilismo que le hacían algo abyecto, para convertirse así en conciencia
nueva, en testimonio actual de un mundo futuro. La predicación socialista ha
creado la voluntad social del pueblo ruso. ¿Por qué debía esperar ese pueblo
que la historia de Inglaterra se renueve en Rusia, que en Rusia se forme una
burguesía, que se suscitara la lucha de clases para que nazca la conciencia de
clase y sobrevenga finalmente la catástrofe del mundo capitalista? El pueblo
ruso ha recorrido estas magníficas experiencias con el pensamiento, aunque se
trate del pensamiento de una minoría. Ha superado esas experiencias. Se sirve
de ellas para afirmarse ahora, como se servirá de las experiencias capitalistas
occidentales para colocarse, en breve tiempo, al nivel de producción del mundo
occidental. América del Norte está, en el sentido capitalista, más adelantada
que Inglaterra, porque en América del Norte los anglosajones han comenzado de golpe
a partir del estadio a que Inglaterra había llegado tras una larga evolución.
El proletariado ruso, educado en sentido socialista, empezará su historia desde
el estadio máximo de producción a que ha llegado la Inglaterra de hoy,
porque teniendo que empezar, lo hará a partir de la perfección alcanzada ya por
otros y de esa perfección recibirá el impulso para alcanzar la madurez
económica que según Marx es condición necesaria del colectivismo. Los
revolucionarios crearán ellos mismos las condiciones necesarias para la
realización completa y plena de su ideal. Las crearán en menos tiempo del que
habría empleado el capitalismo.
Las críticas que los socialistas han hecho y harán al
sistema burgués, para evidenciar las imperfecciones, el dispendio de riquezas,
servirán a los revolucionarios para hacerlo mejor, para evitar esos dispendios,
para no caer en aquellas deficiencias. Será, en principio, el colectivismo de
la miseria, del sufrimiento. Pero las mismas condiciones de miseria y
sufrimiento habrían sido heredadas por un régimen burgués. El capitalismo no
podría hacer jamás súbitamente en Rusia más de lo que podrá hacer el
colectivismo. Y hoy haría mucho menos, porque tendría en seguida en contra a un
proletariado descontento, frenético, incapaz de soportar durante más años los
dolores y las amarguras que el malestar económico acarrea. Incluso desde un
punto de vista humano absoluto, el socialismo
tiene en Rusia su justificación. Los sufrimientos que vendrán tras la paz
sólo serán soportables si los proletarios sienten que está en su voluntad, en
su tenacidad en el trabajo, el suprimirlo en el menor tiempo posible.
Se tiene la impresión de que los maximalistas hayan sido en
este momento la expresión espontánea, biológicamente necesaria, para que la
humanidad rusa no caiga en el abismo, para que absorbiéndose en el trabajo
gigantesco y autónomo de su propia regeneración, pueda sentir con menos
crueldad los estímulos del lobo hambriento, para que Rusia no se transforme en
una enorme carnicería de fieras que se desgarren unas a otras.
1. Se refiere a
la revolución democrático-burguesa de febrero (marzo) de 1917.
(*)Aparecido en Avanti, edición milanesa, el 24 de noviembre
de 1917. Reproducido en el Il Grido del Popolo el 5 de enero de 1918.
Esta Edición en Marxists Internet Archive/ Antología de
Antonio Gramsci de Manuel Sacristán. Siglo XXI ed. (1977)
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