Antonio Tellado
Secretario político de la Agrupación “Andrés Rodríguez” del PCA
El próximo año se cumplirá el 200 aniversario de la promulgación de la Constitución de Cádiz de 1812, un bicentenario que, como suele ser habitual en acontecimientos importantes, se conmemorará con un aluvión de discursos y conferencias a cargo de personajes y personajillos, en los que, quedándose en lo anecdótico y superficial, abundarán en alabanzas y olvidarán deliberadamente lo que de verdad supuso aquella Constitución. No puede esperarse otra cosa de la realidad política de España ni de un rey de la dinastía borbónica, la misma que en su día acabó con aquella Constitución, dando muerte a los más firmes defensores de la libertad.
Porque todos sabemos la importancia que tuvo aquella primera Constitución española que establecía que la Soberanía reside esencialmente en la Nación , idea surgida en la Revolución francesa de 1789 como base de la libertad tal como la conocemos en nuestros días. La hizo posible el trabajo de un puñado de hombres, la minoría ilustrada, dispuestos a rescatar a España del atraso en que se encontraba, objetivo que creyeron cercano cuando la expulsión de los franceses fue un hecho; pensaban que ante la Nación se abría un horizonte nuevo, el de la libertad, sin embargo, como siempre ha ocurrido en nuestro desdichado país, los que quisieron modernizarlo no contaban con los borbones ni tampoco con el poso ultra conservador de la sociedad española. La vuelta de Fernando VII se produjo en 1814, apenas dos años después del nacimiento en Cádiz de aquella delicada criatura a la que todos conocieron como la Pepa. El recibimiento del monarca en Madrid fue multitudinario, escenificándose en él uno de los actos más denigrantes de nuestra historia: se desengancharon los caballos de la carroza real que fueron sustituidos por personas del pueblo que ocuparon el lugar de los animales para tirar de ella. Con ese acto manifestaban su acuerdo con la decisión del rey de abolir la Constitución y las libertades para gobernar de forma absoluta. Ellos mismos, los partidarios del absolutismo se otorgaron el nombre de serviles. Con su acto de sometimiento rechazaban la condición de ciudadanos y asumían la de súbditos, mientras gritaban ¡Vivan las cadenas! y ¡Vivan las cadenas y muera la nación!. Su voluntad de permanecer encadenado, oprimido, bajo el mandato de un déspota, se plasmaba en el entusiasmo por las cadenas, quedando en nuestra historia como una expresión que define mejor que ninguna otra a la reacción española, una parte importante de la población, alérgica a cualquier innovación y progreso, inalterable hasta nuestros días en sus ideas y sus prácticas políticas. Siempre ha sido una rémora en un país que ha dado innumerables talentos que tuvieron que sufrirla –desde Goya hasta Machado- y que como una mancha se mantiene prácticamente inalterable, como un chapapote histórico: la sangre y los sufrimientos originados por el carlismo o el franquismo quedaron como muestra de ello. Pero, desgraciadamente quien en nuestros días crea que ese conservadurismo reaccionario ha desaparecido, se equivoca, basta mirar alrededor o prestar atención a lo que se dice en calles y bares para darse cuenta de que muchos de los descendientes de aquellos semovientes voluntarios que llevaron a Fernando VII no han evolucionado en absoluto, pese al ligero barniz de pretendida modernidad bajo el que esconden sus vergüenzas.
¿Qué debemos pensar de una sociedad que le dio en las urnas una mayoría abrumadora a Jesús Gil a sabiendas de que estaba procesado y que iba a ser declarado culpable con toda seguridad? ¿Y de las mayorías absolutas otorgadas por los votantes a los del caso Gürtel y a otros por el estilo o a conocidos mafiosos del ladrillo o de otras actividades? No es que los serviles de hoy no aprendieran la lección del caso Malaya, es que sencillamente no quisieron aprenderla, prefiriendo otorgar su voto a corruptos y mafiosos. Sus voces de apoyo en actos electorales podrían ser hoy aquel célebre ¡Vivan las cadenas!, puede que a muchos incluso les hubiera gustado llevar a hombros a los encausados cada vez que tengan que declarar en los juzgados. Muchos de ellos han llegado a manifestarse a las puertas de la cárcel para testimoniarles su apoyo.
Y para completar el esperpento nacional, un descendiente del rey que persiguió la libertad, matando entre otros muchos a Riego y a Torrijos, nos leerá el 19 de marzo del año próximo un discurso soporífero y falto de convicción cantando la libertad cercenada por su antepasado. Mientras tanto, la corte de los milagros aplaudirá enfervorizada.
ANTONIO TELLADO
larepublica.es
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