mundo obrero
El 24 de Octubre de este año el PSOE, a través de su Secretaría de Organización Leire Pajín y con la presencia activa de Alfonso Guerra, Presidente de la Fundación Pablo Iglesias, rehabilitó la figura y ejecutoria del que fuera militante del partido, Ministro de Hacienda desde el 4 de Septiembre de 1936 hasta el 5 de Abril de 1939, Presidente del Consejo de Ministros entre el 5 de Abril de 1938 y el 1 de Abril de 1939, cargo que simultaneó con el de Ministro de Defensa Nacional de la II República Española, el catedrático de Fisiología de la Universidad de Madrid Juan Negrín López. El doctor Negrín fue expulsado del PSOE en 1946 junto con otros 35 militantes más, entre ellos el escritor Max Aub, acusado de colaboración con los comunistas y supeditación a la URSS en los últimos meses de la guerra. Murió en el exilio en París en 1956.
Esta información podría parecer el relato de una muy justa rehabilitación si no conllevara, como consecuencia de lo que se silencia, un atentado contra la memoria histórica. El que el ayuntamiento de Gijón haya acordado poner el nombre de Juan Negrín al parque de Laviada o que el propio Alfonso Guerra dijera en el acto que comento que la dirección del PSOE cometió "una injusticia" con el ahora rehabilitado o que su nieta, receptora del carnet devuelto, subrayara que su abuelo no tuvo otro objetivo que la defensa a ultranza de la II República no aclaran precisamente los hechos de un triste episodio de los últimos meses de la guerra con sus traidores incluidos y que, como consecuencia y contraste con la rehabilitación de Negrín, han sido, siquiera simbólicamente, desalojados del panteón de mártires y patriotas.
La historiografía franquista primero y los intereses políticos ligados a una lectura conspirativa de los últimos acontecimientos de la guerra civil han ido creando un estado de opinión volcado en libros de texto, acerca de la necesaria actuación del coronel Segismundo Casado, el anarquista Cipriano Mera y el socialista Julián Besteiro al dar el golpe de estado que acabó en la rendición incondicional de la II República a Franco. Tal versión presentaba la acción de los citados personajes como una salida necesaria ante la inminencia de la derrota republicana y el deseo generalizado de poner fin a una sangría inútil e innecesaria. Los villanos de esta versión han sido Negrín y los comunistas porque siempre mantuvieron que si la guerra se hubiese mantenido hasta su coincidencia con la ya inminente II Guerra Mundial Franco no hubiese instalado su régimen de terror.
La aparición reciente del libro de los historiadores Ángel Viñas y Fernando Hernández titulado El desplome de la República y editado por Crítica 12, desmonta la especie interesada sobre la docilidad de Negrín a Stalin y a los comunistas por defender hasta su muerte en París la posición de resistir a las tropas franquistas. De esta manera el libro de Viñas y Hernández no sólo recupera la verdad histórica sino que sitúa en su lugar a quienes se levantaron en armas contra el Gobierno legítimo de la II República. Este libro además de una joya del análisis histórico rigurosamente documentado constituye un texto de obligada lectura no sólo por su rigor sino también por la aportación a la actualidad española tan envuelta en propagandas, silencios y montajes interesados.
¿Eran desconocidos estos hechos? ¿Sólo hasta hoy se ha sabido la realidad de lo ocurrido en el Madrid de los últimos días de la República? ¿No ha habido nadie más allá de los protagonistas que aún viven, que haya expuesto la intrahistoria de aquellos meses previos a la traición de Casado y demás secuaces?. Entremos en materia de la mano del historiador y militante del PSOE Antonio Ramos Oliveira (Zalamea la Real 1907- Méjico 1975). Recojo los testimonios y comentarios publicados en su Historia de España; 3 volúmenes; editada en Méjico en1974 por la Compañía General de Ediciones.
Podemos leer en el tomo III, pagina 361, que tras la pérdida de Cataluña, el 1 de febrero de 1939 las Cortes, reunidas en Figueras, facultaron al gobierno para que la negociara (la paz), si ello era posible, en las siguientes condiciones:
1. Evacuación de los extranjeros al servicio de los insurgentes.
2. Libertad para que el pueblo español eligiera su propio régimen político sin injerencia exterior.
3. Ausencia de represalias.
Sobre esta base, jornadas después, el gobierno de la República celebró conversaciones con el encargado de Negocios británico y el embajador francés, M. Jules Henry
El 6 de Febrero Negrín se entrevistó con los representantes citados y sincerándose les aclaró que la única condición innegociable era sólo la relativa a las represalias y que la misma sería mantenida a todo trance por los representantes de la República. Negrín aclaraba que para dejar de combatir, el gobierno republicano necesitaba garantías de que los republicanos no perderían la vida, ni la libertad por haber defendido a un régimen legítimo contra una rebelión.
En la página 364 leemos: Sin embargo, en las alturas de la República la unanimidad, aquella unanimidad en la apreciación de que la República no podía rendirse sin condiciones se había quebrado.
Los efectivos militares de la República eran por entonces y siguiendo a Ramos Oliveira 800.000 hombres distribuidos en cuatro ejércitos: Centro con cuatro cuerpos de ejército bajo el mando del coronel Segismundo Casado, Levante mandado por el general Menéndez, Andalucía dirigido por el coronel Moriones, Extremadura a las órdenes del general Escobar.
Por otra parte la flota republicana contaba aún con tres cruceros, trece destructores, dos cañoneros, cuatro submarinos, tres torpederos y barcos auxiliares. Y al servicio de los mismos los puertos de Valencia, Alicante, Sagunto, Gandía, Denia, Torrevieja, Cartagena y Almería. Negrín calculaba que con los efectivos existentes y la moral del pueblo podían resistirse seis meses. Era justamente el tiempo calculado para hacer coincidir la contienda con la II Guerra Mundial que en efecto comenzó el 1 de Septiembre de 1939 con la invasión de Polonia por parte de le Alemania. El cálculo era arriesgado pero ¿había esperanza o señales mínimas de que Franco no se condujese con los vencidos como se condujo después?
En la página 368 Ramos Oliveira señala que Negrín recibió en Madrid a los directivos del Frente Popular y examinó con ellos la situación. Les llamó la atención sobre el indudable peligro de hacerse de que sería posible la paz sin que antes comprobaran Franco y sus aliados extranjeros que la República poseía medios para resistir por más tiempo del que a ellos les conviniera, y que estaba dispuesta a emplearlos.
Con un partido no precisaba el jefe del gobierno de arengas ni consejos de este linaje: el comunista. Ni el derrumbamiento de Cataluña ni la propaganda fascista habían hecho la menor impresión a los comunistas. No más concluir aquella campaña regresaron de Francia a la zona central republicana los jefes comunistas del Ejército y los líderes de este partido, decididos a batirse mientras fuera menester.
En las demás organizaciones políticas y sindicales había hombres que preveían los desastres morales y cívicos de considerar única salida posible la rendición incondicional y rechazaban de plano esta "solución". Pero pocos eran los que se atrevían a enfrentarse con la corriente pacifista; por manera que en este instante crítico de la República, el gobierno no contaba para su política con más apoyo que el de individualidades aisladas de diversa filiación política, trozos de partidos y de los comunistas en bloque.
El pueblo, en cuanto entidad difusa, se hallaba preparado por los sucesos recientes y por las privaciones de treinta y tres meses para creer todo aquello que halagara su justificadísimo anhelo de paz. Las masas, en general, se irían detrás de quien les prometiera una paz inmediata con garantías de pan y libertad. Pero sólo un gobierno demagógico e irresponsable le habría dicho que esta paz era posible.
La historia restante es conocida. Tras el golpe de Casado con los consiguientes combates entre unidades leales a la República y los sediciosos de última hora, Ramos Oliveira sentencia en la página 402:
Y cuando el pueblo republicano supo que tenía que rendirse incondicionalmente se sintió, naturalmente, perdido y angustiado. Las gentes como tantas veces hemos dicho, ansiaban la paz, pero nadie concebía la entrega al enemigo de ocho millones de de habitantes, diez provincias y un ejército glorioso de 800.000 hombres sin alguna concesión o garantía compensadora.
mundo-obrero@pce.es
Esta información podría parecer el relato de una muy justa rehabilitación si no conllevara, como consecuencia de lo que se silencia, un atentado contra la memoria histórica. El que el ayuntamiento de Gijón haya acordado poner el nombre de Juan Negrín al parque de Laviada o que el propio Alfonso Guerra dijera en el acto que comento que la dirección del PSOE cometió "una injusticia" con el ahora rehabilitado o que su nieta, receptora del carnet devuelto, subrayara que su abuelo no tuvo otro objetivo que la defensa a ultranza de la II República no aclaran precisamente los hechos de un triste episodio de los últimos meses de la guerra con sus traidores incluidos y que, como consecuencia y contraste con la rehabilitación de Negrín, han sido, siquiera simbólicamente, desalojados del panteón de mártires y patriotas.
La historiografía franquista primero y los intereses políticos ligados a una lectura conspirativa de los últimos acontecimientos de la guerra civil han ido creando un estado de opinión volcado en libros de texto, acerca de la necesaria actuación del coronel Segismundo Casado, el anarquista Cipriano Mera y el socialista Julián Besteiro al dar el golpe de estado que acabó en la rendición incondicional de la II República a Franco. Tal versión presentaba la acción de los citados personajes como una salida necesaria ante la inminencia de la derrota republicana y el deseo generalizado de poner fin a una sangría inútil e innecesaria. Los villanos de esta versión han sido Negrín y los comunistas porque siempre mantuvieron que si la guerra se hubiese mantenido hasta su coincidencia con la ya inminente II Guerra Mundial Franco no hubiese instalado su régimen de terror.
La aparición reciente del libro de los historiadores Ángel Viñas y Fernando Hernández titulado El desplome de la República y editado por Crítica 12, desmonta la especie interesada sobre la docilidad de Negrín a Stalin y a los comunistas por defender hasta su muerte en París la posición de resistir a las tropas franquistas. De esta manera el libro de Viñas y Hernández no sólo recupera la verdad histórica sino que sitúa en su lugar a quienes se levantaron en armas contra el Gobierno legítimo de la II República. Este libro además de una joya del análisis histórico rigurosamente documentado constituye un texto de obligada lectura no sólo por su rigor sino también por la aportación a la actualidad española tan envuelta en propagandas, silencios y montajes interesados.
¿Eran desconocidos estos hechos? ¿Sólo hasta hoy se ha sabido la realidad de lo ocurrido en el Madrid de los últimos días de la República? ¿No ha habido nadie más allá de los protagonistas que aún viven, que haya expuesto la intrahistoria de aquellos meses previos a la traición de Casado y demás secuaces?. Entremos en materia de la mano del historiador y militante del PSOE Antonio Ramos Oliveira (Zalamea la Real 1907- Méjico 1975). Recojo los testimonios y comentarios publicados en su Historia de España; 3 volúmenes; editada en Méjico en1974 por la Compañía General de Ediciones.
Podemos leer en el tomo III, pagina 361, que tras la pérdida de Cataluña, el 1 de febrero de 1939 las Cortes, reunidas en Figueras, facultaron al gobierno para que la negociara (la paz), si ello era posible, en las siguientes condiciones:
1. Evacuación de los extranjeros al servicio de los insurgentes.
2. Libertad para que el pueblo español eligiera su propio régimen político sin injerencia exterior.
3. Ausencia de represalias.
Sobre esta base, jornadas después, el gobierno de la República celebró conversaciones con el encargado de Negocios británico y el embajador francés, M. Jules Henry
El 6 de Febrero Negrín se entrevistó con los representantes citados y sincerándose les aclaró que la única condición innegociable era sólo la relativa a las represalias y que la misma sería mantenida a todo trance por los representantes de la República. Negrín aclaraba que para dejar de combatir, el gobierno republicano necesitaba garantías de que los republicanos no perderían la vida, ni la libertad por haber defendido a un régimen legítimo contra una rebelión.
En la página 364 leemos: Sin embargo, en las alturas de la República la unanimidad, aquella unanimidad en la apreciación de que la República no podía rendirse sin condiciones se había quebrado.
Los efectivos militares de la República eran por entonces y siguiendo a Ramos Oliveira 800.000 hombres distribuidos en cuatro ejércitos: Centro con cuatro cuerpos de ejército bajo el mando del coronel Segismundo Casado, Levante mandado por el general Menéndez, Andalucía dirigido por el coronel Moriones, Extremadura a las órdenes del general Escobar.
Por otra parte la flota republicana contaba aún con tres cruceros, trece destructores, dos cañoneros, cuatro submarinos, tres torpederos y barcos auxiliares. Y al servicio de los mismos los puertos de Valencia, Alicante, Sagunto, Gandía, Denia, Torrevieja, Cartagena y Almería. Negrín calculaba que con los efectivos existentes y la moral del pueblo podían resistirse seis meses. Era justamente el tiempo calculado para hacer coincidir la contienda con la II Guerra Mundial que en efecto comenzó el 1 de Septiembre de 1939 con la invasión de Polonia por parte de le Alemania. El cálculo era arriesgado pero ¿había esperanza o señales mínimas de que Franco no se condujese con los vencidos como se condujo después?
En la página 368 Ramos Oliveira señala que Negrín recibió en Madrid a los directivos del Frente Popular y examinó con ellos la situación. Les llamó la atención sobre el indudable peligro de hacerse de que sería posible la paz sin que antes comprobaran Franco y sus aliados extranjeros que la República poseía medios para resistir por más tiempo del que a ellos les conviniera, y que estaba dispuesta a emplearlos.
Con un partido no precisaba el jefe del gobierno de arengas ni consejos de este linaje: el comunista. Ni el derrumbamiento de Cataluña ni la propaganda fascista habían hecho la menor impresión a los comunistas. No más concluir aquella campaña regresaron de Francia a la zona central republicana los jefes comunistas del Ejército y los líderes de este partido, decididos a batirse mientras fuera menester.
En las demás organizaciones políticas y sindicales había hombres que preveían los desastres morales y cívicos de considerar única salida posible la rendición incondicional y rechazaban de plano esta "solución". Pero pocos eran los que se atrevían a enfrentarse con la corriente pacifista; por manera que en este instante crítico de la República, el gobierno no contaba para su política con más apoyo que el de individualidades aisladas de diversa filiación política, trozos de partidos y de los comunistas en bloque.
El pueblo, en cuanto entidad difusa, se hallaba preparado por los sucesos recientes y por las privaciones de treinta y tres meses para creer todo aquello que halagara su justificadísimo anhelo de paz. Las masas, en general, se irían detrás de quien les prometiera una paz inmediata con garantías de pan y libertad. Pero sólo un gobierno demagógico e irresponsable le habría dicho que esta paz era posible.
La historia restante es conocida. Tras el golpe de Casado con los consiguientes combates entre unidades leales a la República y los sediciosos de última hora, Ramos Oliveira sentencia en la página 402:
Y cuando el pueblo republicano supo que tenía que rendirse incondicionalmente se sintió, naturalmente, perdido y angustiado. Las gentes como tantas veces hemos dicho, ansiaban la paz, pero nadie concebía la entrega al enemigo de ocho millones de de habitantes, diez provincias y un ejército glorioso de 800.000 hombres sin alguna concesión o garantía compensadora.
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