El diputado de IU presenta su último libro, 'La gran
estafa'. Reclama un nuevo proceso
constituyente en España y propone romper con el capitalismo y nacionalizar las
grandes empresas como vías para salir de la crisis económica y política
Jorge Otero / diario Público
En un país donde la norma es que el paro juvenil supere el
50%, Alberto Garzón, de 27 años, es una notabilísima excepción. Diputado de IU
por Málaga en el Congreso de los Diputados, este joven economista, curtido en
los movimientos sociales desde hace años, saltó a la primera línea política al
calor del 15-M y desde entonces no ha parado: además de su actividad como diputado,
Garzón escribe libros y participa en charlas, conferencias y actos por todo el
país. Estos días está presentando La gran estafa (Editorial Destino), su
segundo libro en solitario en menos de un año.
En el epílogo de su
libro afirma que hace mucho tiempo que ya nadie le pregunta cuándo acabará la
crisis. Quizá la pregunta sea si la crisis acabará algún día y, sobre todo, en
qué condiciones saldremos de ella.
Es verdad, la gente me preguntaba mucho al principio de la
crisis cuando acabaría. Quien hacía esa pregunta veía la crisis como un
accidente, una cuestión temporal y azarosa que terminaría pasando. Pensaba que
luego podría seguir con su vida normal. Pero eso ya no ocurre: la gente ha
interiorizado que esta crisis está aquí para quedarse y que es estructural. Es
cierto que tarde o temprano saldremos de ella, pero lo que no está tan claro es
en qué condiciones, efectivamente, y de qué forma. Ahora mismo la preocupación
de la ciudadanía no es tanto salir, sino cómo sobrevivir hasta la salida.
Ahora vamos al
título: La gran estafa. Contundente.
Hablamos de la gran estafa porque la ciudadanía es
consciente de que está siendo robada, estafada y saqueada. Los ciudadanos notan
que trabajan más por menos salario, que incluso pierden el trabajo y la vivienda.
Sienten que viven peor que sus padres y que ya no pueden esperar que sus hijos
vayan a vivir mejor que ellos. En el libro intento explicar cómo el
funcionamiento del propio sistema capitalista va carcomiendo los espacios
públicos como la sanidad y la educación. Esta crisis es una forma de empobrecer
a la mayoría y enriquecer a una minoría. Además, en el relato construido
oficialmente en torno a la crisis se intenta culpar a sectores que en absoluto
tienen esa responsabilidad, como son los hogares y las familias.
¿Se podría haber
evitado la crisis?
No podemos olvidar que estamos en un sistema capitalista y
que las crisis son un recurrente en este sistema económico. Pero hay diferentes
formas de gestionar la crisis y hay diferentes formas de darle salida. Las
alternativas eran múltiples: o bien moderar el impacto de la crisis o bien
romper con el capitalismo. Lo que sí se podría haber evitado era hacer recaer
todo el coste de la crisis sobre la mayoría de la población. Ahora estamos
viendo otra vuelta de tuerca que tarde o temprano nos conducirá a una crisis
mayor; de hecho, yo creo que ya estamos abocados a esa crisis mayor.
¿No cree entonces en
las previsiones del Gobierno, que fechan el inicio de la recuperación para
finales de este año o principios de 2014?
Si seguimos esta política de austeridad nos encontraremos
con el desastre, diga lo que diga el Gobierno. El caso de Grecia es
ilustrativo: en el año 2010 el FMI dijo que si Grecia seguía sus instrucciones,
en 2012 saldría de la crisis creciendo un 1,1%. El año pasado el PIB griego
cayó un 6%. Lo cierto es que la recesión se está agudizando y de hecho Alemania
ya ha caído en ella. Ahora estamos entrando en una fase distinta: el
capitalismo español quiere salir de la crisis siendo competitivos por la vía de
los salarios bajos. Esa es la estrategia. En ese sentido hemos de interpretar
la reforma laboral y toda la política económica del Gobierno. Esa estrategia
podría conducir a una posible salida de la crisis pero en unas condiciones
absolutamente tercermundistas, propias de un país subdesarrollado. Pero ni
siquiera es seguro que eso vaya a ocurrir.
¿Por qué?
El Gobierno cree que si bajamos mucho los salarios tal vez
nos compren a nosotros los productos en vez de a China, por ejemplo. Pero no
está nada claro que en ese caso China no bajase a su vez los salarios un
poquito más. Desde un punto de vista económico es imposible que todos los
países puedan ser exportadores netos. Es una cuestión contable: no todos los
países pueden exportar más de lo que importan. Además, la ciudadanía no va a
aguantar un proceso de regresión social que nos va a llevar al siglo XIX en
cinco años. No sin un estallido social.
Usted plantea que hay
que romper el capitalismo para tener una verdadera democracia. ¿Qué sistema
económico deberíamos adoptar entonces?
Aquel sistema económico que, independientemente del nombre y
del apellido que le queramos dar, no haga que se produzcan las cosas sólo por
la rentabilidad, que es el motor que empuja al capitalismo junto con la
ganancia. El capitalismo es incompatible con la democracia porque en este
sistema económico los votos se determinan en función del dinero, de modo que
aquellos que más tienen son los que más mandan. Si los recursos no están
gestionados por la sociedad, si no son recursos públicos democráticamente
gestionados, evidentemente el poder y la capacidad de decidir qué se produce y
hacia dónde vamos estará en un espacio privado y alejado de la ciudadanía.
Debemos tener claro que las grandes empresas y los grandes sectores estratégicos
tienen que ser públicos para decidirlo todo democráticamente y que
efectivamente exista una democracia. Pero sobre todo hay otro imperativo, que
es el ecológico: nuestro planeta no aguanta un sistema competitivo como el
actual modelo de producción y consumo que representa el capitalismo.
La comparecencia a
puerta cerrada de Mario Draghi en el Congreso de los Diputados la semana pasada
es la prueba más palpable de lo que usted denuncia: la subordinación del poder
político a los llamados mercados. Su intervención en esa reunión fue muy
comentada. ¿Qué responsabilidad tiene el BCE en la crisis?
Todo el diseño institucional de la UE es claramente responsable de
lo que está sucediendo. Por muchos motivos: por habernos llevado a una
especialización productiva basada en la construcción y en el turismo, por
habernos desindustrializado y por habernos hecho más dependientes del centro de
Europa. En términos económicos la
UE está configurada como un modelo simbiótico: Alemania y
España se necesita mutuamente para crecer. El BCE tenía instrumentos para
evitar una sangría y un saqueo a las arcas públicas. Hemos visto especuladores
presionando sobre la deuda pública, hemos visto todo tipo de circunstancias que
hacían que un Estado tuviera que endeudarse al 7% mientras los bancos podían
hacerlo al 1% o incluso menos. Todo eso está diseñado por la UE y por ahí tiene una
responsabilidad muy importante porque ha permitido que se pueda especular
contra un país y que se le pueda chantajear desde los mercados. Yo creo que el
mejor ejemplo, y se lo dije a Draghi, al que evidentemente no le hizo ninguna
gracia, es que el BCE tardó cuatro años en hacer todo lo que tenía que hacer y
eso calmó, temporalmente, pero calmó a los mercados. ¿Por qué tardó cuatro
años? Durante ese tiempo se permitió que se presionara a los países y llegó la
crisis de la deuda pública. El BCE tiene una responsabilidad política e incluso
yo diría que penal. Jean-Claude Trichet [el anterior presidente del BCE] y
Draghi deberían pasar por un juzgado, dado que sus decisiones han provocado
recortes en sanidad, educación y en los servicios públicos básicos. Son
responsables directos de todo el sufrimiento actual.
Otra de sus
propuestas para superar la crisis es dejar atrás el modelo constitucional de
1978. Propone un nuevo proceso constituyente y aboga por una regeneración
democrática. Pero sin los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, ese proceso no
podría salir adelante. ¿Se puede contar con ellos?
Yo creo que la mayoría de la población aceptaría un nuevo
proceso constituyente. La gente está deseando una regeneración democrática, un
nuevo modelo de país, un nuevo modelo de Estado y tener una democracia más
participativa. Claro que no creo lo mismo de los dos grandes partidos, por lo
menos de la oligarquía que los dirige. Hay una desconexión entre los dirigentes
de los dos grandes partidos y la base social. Por eso es importante superar esa
barrera, esa barrera que se crea del hecho de que un militante de base del PSOE
sí quiera ir a un proceso constituyente y Rubalcaba no. Afortunadamente, esa
barrera está desapareciendo.
¿Usted cree?
Hay una caída en la intención de voto de los dos grandes
partidos. Y la tendencia es continuar en esa línea. El PSOE no tiene
credibilidad. La credibilidad se gana en años y se pierde en poco tiempo, y el
PSOE la ha perdido durante sus años de gobierno. El PP, con toda la política
que está haciendo, se desgasta y ese desgaste no lo capitaliza el PSOE.
Desgraciadamente la crisis va a continuar bastante más tiempo, así que podemos
asistir a un escenario político que no podemos predecir del todo, pero que sí
podría estar caracterizado por un proceso constituyente, por una especie de
formateo de las instituciones actuales para iniciar una construcción distinta.
Hablando del PSOE: en el libro usted habla de la socialdemocracia como una ideología casi en vías de extinción.
Cuando vino Draghi al Congreso, el portavoz del PSOE fue
absolutamente servil. No cuestionó en ningún momento su legitimidad a pesar de
que Draghi no es una persona electa y nosotros, los diputados, sí lo somos. Se
limitó a pedirle ayuda como hicieron el resto de grupos. El BCE persigue un
modelo de sociedad muy determinado: el propio Draghi habló de rebaja de costes
salariales para lograr una situación competitiva. Añadió que nuestro país tenía
que buscar sus ventajas comparativas, lo que quiere decir que nos está mandando
a un mercado mundial a competir contra todo el mundo y a ver quién vende sus
productos más baratos. En ese espacio institucional la socialdemocracia no puede
sobrevivir porque para poder competir y vender más barato que tus competidores
necesitas tener trabajadores más baratos y necesitas tomar medidas económicas
que hacen inviable mantener el Estado del bienestar. En un capitalismo tan
flexibilizado, tan desregularizado y tan competitivo la socialdemocracia pierde
los espacios. Claro que el PSOE ni siquiera es socialdemócrata a mi modo de
ver. Podríamos decir, siendo generosos, que es socioliberal. En términos
teóricos la socialdemocracia está agotada en un entorno institucional que te
obliga a competir contra el resto del mundo. Así que, o se regulan los mercados
y se vuelve a espacios de proteccionismo y a una industrialización interna, o
la socialdemocracia tendrá que desaparecer como teoría.portada del libro de
Alberto Garzón
¿Qué opina de Beatriz
Talegón? ¿Qué opina de los abucheos que recibió en la manifestación contra los
desahucios en Madrid?
No la conozco. Sólo he visto ese vídeo de su intervención en
la
Internacional Socialista en Portugal y alguna intervención
posterior en televisión. En el vídeo dice cosas que son muy ciertas. La verdad
es la verdad la diga quien la diga. Tenemos una democracia formal, de mínimos,
que algunos llaman de baja intensidad en la que casi que te limitas a votar
cada cuatro años a quien va a mandar. Los partidos políticos son estructuras
muy rígidas, sobre todo aquellos partidos que han estado enquistados en el
poder durante mucho tiempo y que permiten la existencia de oligarquías
políticas que se unen con la oligarquía empresarial y al final terminan
rompiendo con la voluntad de las bases. Yo creo que por ahí iba la intervención
de Talegón. Creo que fue sincera, pero luego creo que no ha sido capaz de
criticar la política del PSOE en los años que ha gobernado, ni ha sido capaz de
asumir que ella también es corresponsable en la medida en que es militante del
PSOE y una cara visible. Yo no abuchearía jamás a una persona en una
manifestación, me parece una falta de respeto y de educación democrática, pero
sí que aprovecharía para preguntarle a Talegón dónde estaba cuando ya en los
tiempos de Zapatero muchos estábamos parando desahucios. La gente se puede
temer que es una vía de oportunismo y desgraciadamente puede llevar a
situaciones como la de la manifestación que es absolutamente anecdótica.
En esa manifestación
se visualizó otro de los problemas más graves que tiene el país: la desafección
de los ciudadanos por la clase política. A ello hay que añadir la corrupción.
Pese a todo, usted reivindica la política.
El problema político no es sólo una cuestión de caras.
Evidentemente hay que erradicar a los Bárcenas, a los Camps y a los Fabra del
escenario político porque son manzanas podridas. Pero el problema también es de
las instituciones: si hay un corrupto es porque hay un corruptor, y si hay
corrupción es porque se permite que haya corrupción. No hay suficiente
transparencia, no hay suficientes mecanismos institucionales para penalizar,
sancionar e impedir la corrupción. Necesitamos nuevas instituciones;
necesitamos una justicia más ágil, más rápida y más justa; necesitamos
transparencia en la gestión de dinero público; necesitamos acabar con la redes
clientelares, con el caciquismo y el enchufismo, que son prácticas que tienen
más que ver con la mafia que con la política. Yo reivindico la política, pero
la política en el sentido noble. En el sentido de que una sociedad se reúna y
decida colectivamente cómo se va a organizar, qué va a producir, de qué
instituciones, reglas y normas se va a dotar para llegar a la paz social. Eso
es la política.
A veces da la
impresión de que el PP y el PSOE no hacen gran cosa por reducir esa brecha con
la ciudadanía. Igual necesitan llevarse un buen susto en alguna convocatoria
electoral para decidirse a actuar.
La propia sociedad es la ola que arrastra a la cúpula
dirigente de los partidos. Hace cinco años era impensable hablar de la reforma
de la Constitución
y ya el PSOE, dándose cuenta de que se está quedando lejos de la ciudadanía,
empieza a hablar de esa reforma. Pero tenemos muchos frentes abiertos. Por
ejemplo, el de la Casa Real ,
infectada de corrupción y desprestigiada absolutamente, intentando ser
sostenida por todo tipo de propaganda institucional. Su desprestigio arrastra a
las instituciones. El desprestigio de la llamada clase política y del sistema
político provoca que al final nos encontremos con que la gente quiere algo
nuevo, algo distinto, referencias distintas y una Constitución distinta que se
aplique de verdad, porque al final el problema no es la Constitución en sí:
también se trata de que lo que está escrito en el papel se aplique.
¿Y cómo lo hacemos?
Los constitucionalistas distinguen entre constitución
formal, lo que está en el papel, y constitución material, que es lo que al
final uno disfruta. Tenemos una constitución muy bonita en muchos artículos. El
artículo 128 dice que la riqueza de un país está subordinada al interés general
y, sin embargo, eso no sucede. Hemos vivido un proceso deconstituyente desde
hace mucho tiempo que ha vaciado de poder la Constitución y se ha
llevado a las instancias supranacionales como el BCE que no tienen legitimidad.
Y menos mal que no tenemos una constitución europea porque la que íbamos a
tener era para echarse a llorar. Lo que hay que hacer es lo contrario y llevar
a cabo un proceso constituyente que permita recuperar también los instrumentos
para poder aplicar la
Constitución.
¿Está usted
proponiendo menos Europa o incluso una salida del euro? ¿Qué pasa con la unión
bancaria y la unión fiscal?
No se trata de menos Europa. Se trata de hacer otra Europa
sobre unas bases de solidaridad entre sus diferentes pueblos y no sobre las
bases de la unión bancaria. La unión fiscal es retórica, eso no va a suceder.
Es la misma retórica que tenía la refundación del capitalismo por Sarkozy o que
tenía lo de prender fuego a los paraísos fiscales. Eso sólo es una llamada de
atención para mantener la
Europa que tenemos ahora que es la Europa de los mercaderes, la Europa de las grandes
fortunas y de los grandes bancos. En esa Europa no cabemos, no cabe nuestro
proyecto. La cuestión del euro es distinta, el euro es una moneda, un
instrumento monetario. Nuestros problemas no derivan de un origen monetario
sino de una estructura productiva. Tenemos un problema de inserción en la
economía mundial y en la UE.
Salir del euro no nos soluciona nada, como mucho nos
proporcionaría ciertas herramientas para quizás empezar a pensar en salir de la
crisis dentro de dos o tres años. Pero no es el problema, el problema es la
estructura productiva, la economía real.
Esa otra UE que usted
reclama, ¿es posible?
Hay que decir claramente que o cambiamos la correlación de
fuerzas en la UE o
se producirá una implosión del euro que sería desastrosa para toda Europa. Lo
que hay que hacer es forzar y negociar desde la correlación de fuerzas con la
troika y con las instituciones europeas para recuperar la democracia. Digo
forzar para que quede claro que no es una relación de iguales: es una
negociación entre quienes tienen la sartén por el mango, que en este caso somos
nosotros, los ciudadanos, y ellos, que se están beneficiando. Si quisiéramos,
podríamos adoptar toda una serie de medidas para que la troika tuviera claro
que no le queda más remedio que ceder y la troika está compuesta por parte de
Europa.
El camino se antoja
largo y complicado
Es complicado, sí. Pero ahí está el ejemplo de América
Latina, que nos enseña mucho: en los años 80 y 90 el FMI impuso los planes de
ajustes, —por cierto que a esos años se les llamó la década perdida—. América
Latina da modelos muy distintos: da Venezuela, da Ecuador, da Bolivia,
Argentina, Brasil... países que han logrado romper con esa tradición
neoliberal. Eso demuestra que se puede hacer. Es obvio que no es fácil porque
actualmente no se da la correlación de fuerzas suficiente: aquí gobierna el PP,
en Grecia sigue gobernando también la derecha, pero ya se dan elementos de un
cambio: Syriza encabeza las encuestas en Grecia. Aquí hay una tendencia
decreciente del bipartidismo y, dado que la situación es de absoluta
emergencia, los cambios sociales se producirán con mayor rapidez. Es
complicado, sí, pero es el único camino.
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