Alberto Garzón /
Esther López Barceló
La mayoría de los regímenes constitucionales de Europa se
levantaron tras la II Guerra
Mundial siguiendo el paradigma antifascista. El imaginario colectivo no podía
olvidar a los nazis, los campos de concentración y las torturas. El recuerdo de
la pesadilla genocida iluminó toda la normativa jurídica y permitió el proceso
de concesión de determinados derechos sociales, económicos y políticos. La Constitución Italiana ,
por ejemplo, declaró ya en 1948 la prohibición de la recomposición del partido
fascista y vetó además la capacidad de ejercer los derechos democráticos a
aquellas personas procedentes del régimen de Mussolini.
En ese contexto el régimen constitucional español es una
gravísima anomalía. Aquí no hubo revolución antifascista alguna, ni ruptura con
el entramado político de la dictadura franquista. Muy por el contrario, la
democracia española se constituyó formalmente sin renunciar al ADN franquista,
heredando sus mecanismos viciados y manteniendo a sus altos cargos en las
instituciones, comenzando por la judicatura hasta las propias Cortes Generales
–cabe recordar que en la primera legislatura del Senado fueron designados a
dedo por el rey 41 senadores. Así, a través de un proceso progresivo se fue
consolidando un nuevo imaginario colectivo, el de la llamada cultura de la
transición, según la cual poco a poco nos convertimos en una democracia liberal
equiparable a las del resto de Europa.
Sin embargo, una democracia no puede tener miedo a su
historia. Y la nuestra lo tiene. Se llama paradójicamente "ley de
amnistía" y la interpretación que el Tribunal Supremo ha hecho de ella
impide investigar los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura
franquista, contraviniendo claramente lo establecido por el derecho
internacional desde que se aprobara la "Cláusula Martens" en el
Segundo Convenio de La Haya
en 1899.
Como dijo Olga Rodríguez, en el aniversario del crimen de
guerra en Irak del cámara José Couso, "vivimos en una democracia cimentada
sobre miles de fosas comunes". Con al menos 143.353 desaparecidos según la
investigación de la
Audiencia Nacional en 2008, España es el segundo país del
mundo en cifras absolutas de desaparecidos. Y una democracia que abandona a
millares de cuerpos enterrados en cunetas y fosas, no puede llamarse a sí misma
"el gobierno del pueblo". Valga como ejemplo las cerca de 20.000
víctimas del franquismo que sirvieron para llenar los vacíos de las tumbas del
Valle de los Caídos.
Dice Vicenç Navarro que «de no hacer más, enterrando a los
muertos se enterrará también nuestra historia democrática». Paralizando, obstaculizando, destruyendo y
prohibiendo las exhumaciones de fosas se entierra la posibilidad de Verdad,
Justicia y Reparación, pero contribuyendo a la continuidad de la cultura de la
impunidad, también se consigue que el inexorable paso del tiempo acabe con la
vida de las miles de personas que sufrieron la desaparición forzosa de
familiares, el exilio involuntario, la tortura y el proceso traumático
posterior, acompañado del miedo y la imposibilidad de ejercer el derecho a
vivir una vida en paz. Como dice el Roto "no se puede juzgar al franquismo
mientras siga vivo, y seguirá vivo mientras no se le pueda juzgar".
En el Estado Español, la necesidad de construir y perpetuar
el mitificado relato de la transición, dibujó en nuestro pensamiento una
ilusión:’ que "amnistía" significaba "reconciliación
nacional". ¿Acaso tiene sentido poner en el mismo nivel a víctimas y
agresores? La historia de los vencidos es siempre difícil de desenterrar bajo
la gruesa capa del discurso oficial de la dictadura, afianzada por la fuerza de
las armas y la represión, y a ello se le suma la existencia más que de una mémoire
courte la de una "memoria invisible".
En 1979 el recién nacido reino de España, ratificó el
Convenio Europeo de Derechos Humanos. En él se establece la obligación de
emprender una "investigación oficial efectiva e independiente" en
todos los casos de desaparición de los que se tenga noticia. De hecho, la
persecución de los crímenes franquistas, a la luz de la legislación de la ONU en materia de persecución
de los crímenes de lesa humanidad (contemplados en los artículos 607 y 607 bis
del código penal), es imprescriptible. Varios organismos internacionales de
protección de los derechos humanos y las organizaciones Human Rights Watch y
Amnistía Internacional, han solicitado al Gobierno de España, la derogación de la Ley de Punto Final, al
considerarla incompatible con el Derecho internacional, pues impide juzgar
delitos considerados imprescriptibles.
No es baladí que la República Argentina
esté resurgiendo de su grave crisis, atacando entre otras medidas, la impunidad
de su dictadura. Son pasos de higiene democrática que caminan de la mano de
procesos emancipadores y de recuperación de soberanía popular. La capacidad
para obtener justicia es un principio fundamental de un Estado que quiera
definirse democrático y de derecho.
De nuevo la lucha ha tenido que volver a cruzar el charco,
tal como hicieron miles de españoles huyendo de la represión. Y así es como las
instituciones judiciales de Argentina han conseguido lo que parecía imposible,
a saber, que se dictara una orden de detención internacional contra cuatro
torturadores franquistas.
En estos días se ha repetido por las redes sociales que
"la justicia llega tarde y lejos" y, sin embargo, algunos sólo
podíamos recordar las palabras de Juan Diego Botto en su obra
"Invisibles": "lo imposible solo tarda un poco más". Ese es
el eslogan de la organización HIJOS (hijos de padres y madres desaparecidos de
la dictadura argentina). Y es que, lo que ahora nos parece imposible es el
siguiente paso: que Rajoy, -ése que miente ante el Parlamento, que forma parte
de una organización política que no condena el franquismo, que banaliza el
enaltecimiento del fascismo en sus dirigentes- permita la extradición de
quienes han sido elegidos para personificar la lucha por la Verdad , la Justicia y la Reparación de todo un
pueblo.
Parece imposible que el gobierno facilite a Argentina el
procedimiento judicial contra los crímenes del franquismo. Pero, sí,
ciertamente "lo imposible sólo tarda un poco más" y con movilización,
organización y clamor social conseguiremos que un día, como cantaba Pablo
Milanés acerca de Chile, "renacerá mi pueblo de su ruina y pagarán sus
penas los traidores". Porque lo
importante es que no olvidemos que lo imposible ha sido posible, que hoy hay
cuatro torturadores franquistas que por primera vez no dormirán tranquilos, que
sentirán la carga de sus actos criminales a cada paso. Porque, como también
Botto nos recordaba, "es posible que diez esté tan lejos de infinito como
dos", pero "hacer esa escalerita peldaño a peldaño es importante.
Meter a un hijo de puta en la cárcel no te va a devolver los años rotos y los
abrazos perdidos pero te puede restituir una finísima fibra del corazón. (…) Y
si se presenta un tres hay que agarrarlo, si se presenta un diez hay que
agarrarlo porque así se reconstruye nuestra identidad".
Así que, el grito de las concentraciones en la Puerta del Sol exigiendo la
extradición de los torturadores ha de ser continuado por nosotras, por
vosotros, por Lorca, por Grimau, por Matilde Landa, por Puig Antich, por Manuel
Girón, por las Trece Rosas, por nuestros abuelos y nuestras abuelas, por
quienes esperan que escarbemos la tierra con los dientes y apartemos la tierra
parte a parte a dentelladas secas y calientes… porque tenemos que contar, por
fin, muchas cosas compañeros, compañeras del alma, compañeros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario