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jueves, 2 de febrero de 2017

Hacia el XII Congreso del Partido Comunista de Andalucía. La sectorialización del trabajo político del PCA debe ser un modo de transformar afiliados en militantes



José Manuel Mariscal Cifuentes.
Secretario General del Partido Comunista de Andalucía
La convocatoria del XII Congreso del PCA para el mes de junio es la expresión, y la asunción, de una responsabilidad política en este momento histórico. Un momento en el que existe la posibilidad de apertura de un nuevo ciclo de luchas que pueden ser orientadas hacia la acumulación de fuerzas en un bloque de ruptura democrática. Pero también un momento en el que el proceso de restauración a la manera de una revolución pasiva, puede consolidarse. Sin embargo, las contradicciones se agudizan, el malestar social crece cada vez más en torno a cuestiones de la vida cotidiana, y ese malestar debe ser encauzado políticamente.
El XII Congreso tiene el carácter de un congreso extraordinario. Aunque su denominación no sea ésta (al estar insertado en el proceso federal), políticamente lo tiene. Esto se basa no sólo en el hecho de que hayamos adelantado 9 meses su celebración (un 20% del mandato) sino, y sobre todo, en el papel que el PCA juega en el PCE y en IULV-CA. Ambas organizaciones celebrarán inmediatamente después sus respectivos congreso y asamblea y en ambos el PCA debe adoptar un papel dirigente; de ahí la responsabilidad que tenemos y que, como punto de partida, debemos asumir.
Quizá haya pocas cosas más leninistas que la de ser capaces de adecuar nuestra organización al momento histórico y a los objetivos estratégicos. La idea de una revolución organizativa en el PCE, impulsada desde el PCA, ha calado en los cuadros del partido porque parte del convencimiento de que el modelo de partido surgido de la transición, de las sucesivas crisis (especialmente las ochenteras) y de la construcción y desarrollo de IU, no es el adecuado para afrontar los momentos presentes. Dicho en positivo: del análisis concreto de la situación concreta surge la necesidad de una revolución organizativa.
Desde la ponencia del XII Congreso ya se ha decidido hacer del documento organizativo uno de los más importantes para su debate. La recuperación de los principios clásicos leninistas que desde el XVIII venimos realizando (art. 20.- centralismo democrático; art. 21.- Disciplina consciente; art. 18 Dirección colectiva; art. 29.- Acción unitaria; art. 25 prevalencia del órgano superior) desemboca en la recuperación de todas las competencias cedidas juridicamente a IU en la I fase del XX Congreso. Asimismo, a pesar de la incidencia que los acuerdos congresuales hacen en la necesidad de sectorializar la actividad del partido, ésta no se ha producido. Tenemos la intuición de que se debe avanzar en la sectorialización de la organización del partido, pero es necesario concretar las motivaciones y, sobre todo, el modo adecuado de aplicarla.
Pero antes de avanzar en el acotamiento de las cuestiones organizativas fundamentales debemos generar un amplio consenso en torno a los objetivos estratégicos. Es importante que en el debate congresual no hagamos debates-estancos, pero es decisivo que la revolución organizativa este ligada íntimamente a la clarificación de los objetivos estratégicos así cómo, en función de éstos, a la capacidad de adecuar la táctica del conjunto de la organización a cada momento.
Uno de los debates estratégicos fundamentales es el de la confluencia. Subrayemos que es una cuestión estratégica, y no táctica. Enfocar este debate tácticamente nos llevaría, irremediablemente, a desarrollar nuestra actividad pensando en el número de comunistas que habrán de estar en las listas de las sucesivas citas electorales, mientras que al plantearla como una cuestión estratégica, asumimos que unidad popular y ruptura democrática son caras de la misma moneda.
El gran salto estratégico que introdujeron las “tesis de abril” tras la revolución rusa de febrero de 1917 es que el partido no es entonces visto como una vanguardia externa al movimiento obrero, sino como una parte del movimiento obrero mismo que se hace vanguardia al confrontar en él sus orientaciones con otras líneas políticas. Salvando las distancias históricas, el PCA debe asumir la necesidad de generar, y participar en, espacios que permitan confrontar nuestras orientaciones con otras líneas políticas. Esto conlleva dos movimientos para el partido: hacia dentro, para el reforzamiento de un referente nítido, tan fuerte en lo ideológico como en lo organizativo, que explique los hechos en las fuerzas motoras profundas que operan en el capitalismo: el desarrollo de las fuerzas productivas y la lucha de clases; hacia fuera para trabajar en la ampliación por la base del bloque rupturista. Ambos movimientos deben retroalimentarse y estar dirigidos, en esta fase de acumulación de fuerzas, a trabajar el factor subjetivo del proceso de ruptura democrática: la organización y la consciencia de las masas. Hacer que ambos movimientos se alimenten de forma mutua tiene también como objetivo ligar la lucha de clases con la lucha democrática: los comunistas no entendemos un bloque rupturista que no incorpore en su seno al pueblo trabajador y sus intereses de clase. Es decir, las reformas laborales, el código penal, las puertas giratorias, la ley electoral, la corrupción borbónica, la privatización de las pensiones o la mercantilización de los cuidados son, a modo de ejemplo, patas de la misma mesa. La amenaza cierta de que la salida de la crisis se realice como revolución pasiva radica en que el bloque dominante sea capaz de separar en intereses diversos a las capas subalternas, incorporando parte de sus demandas de forma fragmentada.
El proceso congresual del PCA debe servir para impulsar la construcción de un amplio espacio de participación desde la base que se vaya configurando como un bloque de ruptura democrática desde Andalucía. En febrero de 2014, aprobábamos en el XI Congreso un Manifiesto Programa cuya tesis 11 habla de la necesidad de una “Nueva Convocatoria”, en referencia a la experiencia histórica de Convocatoria por Andalucía. El Comité Central elegido en aquel congreso aprobó en Armilla el informe titulado “por un frente popular para la revolución democrática”. Son resoluciones plenamente vigentes que ha llegado la hora de desarrollar en toda su plenitud. La Marea Andaluza debe ser un espacio que desde abajo sea capaz de desbordar las estructuras de las organizaciones que la impulsen, llamando, convocando a la participación de los sectores en lucha, de la gente común de nuestros barrios y pueblos que sufren en su vida cotidiana la explotación y el engaño. Este espacio se debe configurar en torno a un programa, elaborado colectiva y participadamente en mesas territoriales o sectoriales, y que a su vez sea fuente de conflicto y movilización. Un programa de reformas, sí, pero de reformas, con contenido abiertamente rupturista, que afecten a los puntos neurálgicos del capitalismo andaluz, español y europeo.
El bloque rupturista en Andalucía debe tener carácter andaluz y autonomista. Por una Andalucía libre, una España republicana, rezaba el lema del XI Congreso. Para la consumación de un proceso de ruptura democrática en España, federal y republicano, es necesario un proyecto nacional popular para Andalucía. Precisamente por el carácter de las alianzas de clase que acompañan al autonomismo andaluz, Andalucía debe ser una de las costuras por las que se rompa el régimen del 78.
Asimismo este proceso requiere aplicar en Andalucía, de forma audaz, las conclusiones de la I fase del XX Congreso en torno a la construcción de un bloque antagonista que supere a IULV-CA sin dar saltos en el vacío. Este proceso conllevará la deconstrucción paulatina de la forma partido en IU y deberá desembocar en la participación sin intermediarios del PCA en dicho bloque. La superación de la herramienta estratégica que IU ha sido y sigue siendo sólo es posible desde la construcción de una herramienta mejor.
Una vez fijado el objetivo estratégico podemos avanzar en el acotamiento de las cuestiones organizativas a debatir y dar orientaciones para su concreción.
Como consecuencia de nuestra apuesta autonomista, rechazamos cualquier proceso que confunda federalidad con recentralización orgánica. El PCA es una federación del PCE, con un carácter histórico propio, que debe seguir manteniendo su autonomía para la aplicación táctica en Andalucía de las guías estratégicas del PCE.
Otro de los debates organizativos, un clásico de la tradición comunista, se establece entre partido de cuadros y partido de masas. El uso de estos términos para acotar el debate debe ir precedido de una definición concreta de en qué consiste uno y otro, teniendo en cuenta los cambios producidos en la sociedad, especialmente en la comunicación. Lenin construyó un partido desde el exilio teniendo que esperar a que llegaran las noticias de Rusia a los periódicos de los quioscos de Zurich, entre otras notables diferencias. Por lo tanto conviene fijar la idoneidad de cuestiones organizativas concretas, más allá de debates semánticos: cómo se adquiere la militancia (premilitancia?); que tipos distintos de adhesión a la política y la actividad del partido se pueden establecer (simpatizantes, cotizantes, activistas, cuadros); qué política de promoción y formación de cuadros desarrollamos; qué papel tiene la Juventud Comunista; etc.
La sectorialización del trabajo político del PCA debe ser un modo de transformar afiliados en militantes. Sólo desde la clandestinidad cabría operar en las clásicas células de empresa, dado el despido libre que en la práctica rige el mercado laboral español. Además, la permanente entrada y salida permanente de los puestos de trabajo, acentuada por el modelo productivo periférico andaluz, dificulta la organización permanente de agrupaciones del partido en la gran mayoría de centros de trabajo. Sin embargo, es factible organizar la militancia por frentes de lucha o por sectores, tanto en el espacio de la producción como en el de la reproducción de la fuerza de trabajo. El objetivo fundamental en esta fase del trabajo sectorial debe ser elevar la conciencia de los sectores en lucha, convertir la lucha económica en lucha política. Este es el cometido de un partido en y para el conflicto.
Debemos encontrar, sin embargo, la manera de mantener los espacios territoriales como espacio de coordinación del trabajo sectorial. Los barrios, las ciudades, los pueblos de Andalucía son espacios donde se organizan las demandas relacionadas con la subsistencia material del pueblo trabajador. Las agrupaciones territoriales deben organizarse de tal modo que haga que el partido sea parte de los conflictos que en cada territorio se den. La agrupación territorial sería el espacio de coordinación de las luchas y frentes de trabajo de los comunistas de ese territorio. Así, el comité de agrupación tendría ahora un papel fundamental de coordinación y fijación de prioridades, de dirección, procediendo de forma análoga en cada escalón territorial de la estructura del partido y superando el funcionamiento parlamentarista de los órganos de dirección. Lo que venimos a proponer, de manera orientativa y germinal, es la construcción de una organización que sea una red de nudos de militantes y activistas que, a su vez, mantenga la verticalidad del centralismo democrático.
La estructura andaluza de dirección del partido, a la luz de la experiencia y de los objetivos aquí enunciados podría consistir en:
Comité Central. Con una centena de integrantes se puede combinar la representatividad de territorios y frentes de lucha con la efectividad de sus sesiones de trabajo. Reuniones trimestrales para la evaluación, la posible adecuación táctica y la fijación de lineas de trabajo.
Comisión Permanente. Integrado por los máximos dirigentes de cada territorio y frentes de trabajo. Órgano ejecutivo, de deliberación sobre los problemas políticos de coyuntura y de seguimiento de los acuerdos del Comité Central. Reuniones mensuales.
Secretariado. Responsables de grandes áreas. Reuniones semanales. Sus miembros deben estar liberados para las tareas del partido.
Para emprender este camino es absolutamente necesario contar con unos mínimos recursos a todos los niveles. Recuperar competencias sin tener capacidad de ejecutarlas puede convertir acuerdos congresuales en brindis al sol. Por ello se hace necesario no sólo reequilibrar los recursos cedidos a IU, especialmente a nivel provincial, sino ir más allá y organizar al partido de tal forma que la autonomía financiera sea posible, desde el impulso de dinámicas de autofinanciación de la actividad política.
Finalmente, en esta fase de acumulación de fuerzas cobra una especial importancia la batalla de las ideas, el combate ideológico. El departamento ideológico del PCA ha mostrado un camino que debemos terminar de recorrer con recursos suficientes. La agrupación bajo un mismo área de las tareas comunicativas y de formación y debate ideológico ha sido un acierto y proponemos que en esta nueva fase se priorice el funcionamiento con recursos de este departamento.
Para desarrollar este trabajo será necesario que organicemos la presencia de los y las camaradas en las distintas estructuras: federal, andaluza y provincial, tanto del partido como de IU. Debemos compartir colectivamente el debate sobre la promoción más idónea de nuestros cuadros en función de los objetivos políticos y organizativos aquí propuestos. Un debate, el nominal, que debe acompañar al clarificador debate político, pero nunca anteponerse a él. Cuando los y las camaradas decimos que estamos para lo que nos diga el partido, no se trata de un ejercicio retórico sino de un aspecto esencial de nuestra manera de ser histórica.

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