En este jueves del mes de abril, en plena primavera cuando las nubes parecían irse para iluminarnos los días que siguen, para acudir a la Fiesta de los Comunistas Andaluces el próximo fin de semana y donde vamos a homenajear a otro comunista singular como Marcelino Camacho, nos hemos enterado de la muerte de la camarada Rosario, de cuyo ejemplo revolucionario debíeramos beber todos y todas en estos momentos difíciles para quienes nos reclamamos de izquierdas, y en concreto comunistas. Una mujer que desde muy joven lo dejó todo por combatir el fascismo y luchar por la "Revolución", que perdió una mano en el frente y que nuevamente vuelve al combate, que después padece cárcel y muchísima necesidad, pero no desfallecía y continuaba combatiendo. Nunca dudó ni por un instante en abandonar sus ideales de justicia social por "beneficios" personales, nunca impartió cátedra desde "púlpitos" políticos en busca de alagos, ella solo y nada menos que combatía. Para ella no existía la "casa común", solo su casa el PCE.
Hace apenas unos meses pudimos verla en la Fiesta del PCE, en septiembre pasado, como intervino con inusitado brio y decisión, recordando a sus camaradas de lucha en las JSU y posteriormente en el PCE, a tantas mujeres luchadoras, como ella, que dieron lo mejor de sus vidas, sin pedir nada a cambio.
Con ella compartimos unos momentos, junto al entrañable camarada Marcos Ana y los conocidos de todos nosotros en Málaga Paul Mandeville y Clotilde Vega, nos hicismos unas fotos y ella nos rememoró algunos momentos de su lucha, desde la modestia y la simpatía que siempre le caracterizó, mientras paseabamos por el recinto ferial del PCE.
A ella, a nuestra camarada Rosario, queremos homenajear desde estas páginas, para que su recuerdo sea imborrable en nuestras vidas y su ejemplo siempre fructifique en nosotros como una sencilla flor en primavera.
Agrupación "Julián Grimau" del PCA. El Secretario Político.
Rosario dinamitera,
puedes ser varón y eres
la nata de las mujeres,
la espuma de la trinchera.
Digna como una bandera
de triunfos y resplandores,
dinamiteros pastores,
vedla agitando su aliento
y dad las bombas al viento
del alma de los traidores.
(versos de Miguel Hernández)
Nos dejó Rosario, calladamente, con humildad y discreción, como llevó su vida de militante y su vida personal.
Rosario ya está junto a Miguel, el gran Hernández que la mitificó en sus Vientos del Pueblo, la dinamitera que defendía la libertad en Somosierra contra el fascismo reaccionario; joven, delgada pero recia mujer del pueblo dispuesta a perder su propia vida por preservar las conquistas sociales y políticas que les iba proporcionando la República a los ciudadanos y ciudadanas españoles.
A su nombre quedarán unidos para siempre otros, como los de "Campesino", en cuya
brigada operaba cuando quedó herida para siempre, Antonio Aparicio, Hernández,
Lister o el de la inmensa Matilde Landa. Fue precisamente esta, coincidiendo con
ella en Ventas en el año 39, por las presiones realizadas desde su "oficina de
penadas" en el interior de la misma, permitió la conmutación de su pepa (pena de muerte) por muchos años de reclusión. Matilde se suicidaría en Palma tiempo después.
Años apartada de la gris España de Franco y recluida en numerosos penales, como bien la describió otra compañera imprescindible, Tomasa Cuevas, presa también como ella, en su trabajo de testimonios Cárcel de Mujeres.
Recuperada la libertad, se hizo vendedora de tabaco en la plaza de Cibeles y su tesón, que nunca la abandonó, y llegó a regentar un estanco en Vallecas, hasta que llegó la hora de la jubilación. A partir de entonces, convertida en memoria viva, participó en cuantas actividades recuperadoras de aquellos años y reparadoras para sus protagonistas.
Rosario, nació en Villarejo de Salvanés y murió en Madrid el 17 de abril, sabiendo que su lucha siempre fue útil. Tenía 89 años y mantenía su militancia comunista.
Javier Ruiz, Historiador
Ha muerto Rosario “la Dinamitera”, luchadora republicana y comunista hasta su último día
Secretaría de Comunicación del PCE / 17 sept 08
Rosario Sánchez Mora, conocida como Rosario la Dinamitera, ha muerto cuando estaba a punto de cumplir 88 años. Uno de sus últimos actos públicos fue en el homenaje que el Partido Comunista rindió a todas las mujeres republicanas en la última Fiesta del PCE en septiembre de 2007. Desde el escenario del auditorio contó que ella ya era comunista desde un año antes de que empezara la guerra. “Es el único partido al que he pertenecido, al que pertenezco, y al que perteneceré hasta que me muera” Y así ha sido.
Aquel día no se detuvo ahí, dejó testimonio de lo que fue su lucha: “Yo luché en la época en la que las mujeres no luchaban. No salían de sus casas. Yo tuve la oportunidad. Salí con los comunistas. Luché con los comunistas. Perdí la mano. No me importó. Iba dispuesta a perder la vida”. Fue la mano que perdió en combate. Fue sargenteo y tuvo cargos de responsabilidad en su división. Miguel Hernández le dedicó un poema: “Rosario Dinamitera” basado en la experiencia de esta mujer en el frente.
Historia de toda una vida de lucha
Rosario nació el 21 de abril de 1919 en Villarejo de Salvanés, Madrid. Su madre murió antes de que estallara la guerra y se fue a Madrid con 16 años, a casa de unos amigos que la cuidaban. A su llegada a la ciudad se hizo militante comunista y trabajó como aprendiz de corte y confección en un Círculo Cultural de las Juventudes Socialistas Unificadas en Madrid cuando estalló la Guerra Civil Española.
Con diecisiete años se incorporó a las Milicias Obreras del Quinto Regimiento (denominado "El Campesino", liderado por Valentín González) que partieron el 19 de julio de 1936 hacia Somosierra para detener a las tropas del general Mola. Rosario, como una chica joven de su edad, no conocía nada de instrucción militar ni de artillería. Con las milicianas republicanas, entre ellas Angelita Martínez, Consuelo Martín, Margarita Fuente y Lina Odena, participaron por primera vez en el frente y armadas, lejos de las tareas clásicas de auxiliares y enfermeras de la mujer en la guerra. Tras dos semanas de enfrentamientos, en las que lograron contener a los rebeldes nacionales, la guerra en la sierra dejó de ser una batalla abierta para convertirse en una batalla de posiciones y fue destinada a la sección de dinamiteros, fabricando bombas de mano caseras. Allí, manipulando dinamita, perdió una mano al estallarle un cartucho, acto cantado por Miguel Hernández en el poema Rosario, dinamitera. Herida de gravedad, la operaron en el hospital de sangre de la Cruz Roja en La Cabrera, donde consiguieron salvarle la vida.
Tras su salida del hospital, se reincorporó a la división, como encargada de la centralita del Estado Mayor Republicano en la Ciudad Lineal de Madrid. Fue allí donde Rosario conoció a Miguel Hernández, Vicente Aleixandre y Antonio Aparicio, poetas al servicio de la causa republicana.
Había transcurrido un año de guerra cuando se le presentó la ocasión de volver al frente. La 10ª Brigada Mixta de El Campesino se había convertido en la 46ª División, con más de doce mil hombres a sus órdenes, que en el verano de 1937 intervino en una ofensiva hacia Brunete para intentar atrapar en una bolsa a las fuerzas nacionales que sitiaban Madrid desde el suroeste. El ataque fue de tal magnitud que el pueblo claudicó en apenas unas horas, aunque las pequeñas guarniciones de Quijorna y Villanueva del Pardillo resistieron la acometida. Rosario fue elegida para convertirse en jefa de cartería de su división, con la categoría de sargento, encargada de ser el nexo de unión con el Estado Mayor en la capital y de llevar la correspondencia de los soldados.
Desempeño esta labor hasta el fin de la batalla de Brunete el 25 de julio de 1937, que con la derrota del lado republicano, las tropas del Regimiento Campesino huyeron a Alcalá de Henares. Allí, el 12 de septiembre de 1937, contrajo matrimonio civil con Francisco Burcet Lucini, sargento de la Sección de Muleros del Regimiento, quedándose embarazada poco después. Pero el 21 de enero de 1938, su marido partió rumbo a Teruel con los hombres de la 46ª División para relevar a los de la 11ª, que habían participado en la toma de la ciudad, la primera capital de provincia que las tropas republicanas conseguían conquistar desde el inicio de la guerra. Rosario mientras tanto comenzó a trabajar en la oficina que Dolores Ibárruri, la Pasionaria, había organizado en el n.5 de la calle de Zurbano de Madrid para reclutar mujeres que cubrieran los puestos de trabajo que los hombres dejaban libres cuando marchaban al frente. Trabajó allí hasta que dio a luz a su hija Elena.
Tras la batalla del Ebro, que supuso el desequilibrio de la balanza entre tropas republicanas y nacionales, dejo de recibir correspondencia de su marido, y Rosario no supo si éste había muerto, había logrado escapar a Francia o era uno de los miles de prisioneros que hicieron los nacionales en su avance.
Fin de la guerra
Rosario, intentó escapar por Alicante con su padre, dejando a su hija con la segunda mujer de éste. Allí fueron capturados con otros 15.000 republicanos que esperaban exiliarse a bordo de barcos de la Sociedad de Naciones que nunca llegaron a puerto. Fueron conducidos al campo de los Almendros, donde fusilaron a Andrés Sánchez. Rosario fue liberada y trasladada semanas después a Madrid, donde fue detenida de nuevo por vecinos falangistas de su pueblo, que la encarcelaron en la prisión de Villarejo y después en la de Getafe mientras se le incoaba un procedimiento sumarísimo de urgencia. La petición fiscal de muerte fue conmutada por 30 años de reclusión por un delito de adhesión a la rebelión. Ella, que había defendido la legalidad republicana, era acusada de haberse levantado contra quienes la violentaron.
Fue trasladada a la prisión de Ventas y siguió un periplo carcelario por las prisiones de Durango, Orúe y, finalmente, la de Saturrarán. El 28 de marzo de 1942, tras sufrir tres años de encierro y todo tipo de calamidades, fue puesta en libertad gracias a los beneficios penitenciarios que el régimen franquista se veía obligado a decretar periódicamente para aliviar sus prisiones. Precisamente ese mismo día en que fue liberada moría Miguel Hernández en la prisión de Alicante.
Fue condenada al estar desterrada a 200 kilómetros de su pueblo y se instaló en El Bierzo, con una compañera de prisión ya liberada, pero la necesidad de ver a su hija la hizo regresar a Madrid pese a la prohibición de hacerlo. Su hija estaba al cuidado de su suegra y desde allí comenzaron la búsqueda de su marido, sin noticias desde el fin de la guerra. Por informaciones de familiares supo que su marido había rehecho su vida en Oviedo una vez que el régimen franquista anuló todos los matrimonios civiles de la República. Rosario volvió a casarse y tuvo otra hija, pero se separó al cabo de dos años. Para ganarse la vida comenzó a vender tabaco americano de contrabando en la plaza de Cibeles. Posteriormente montó un estanco en Madrid.
Rosario ya está junto a Miguel, el gran Hernández que la mitificó en sus Vientos del Pueblo, la dinamitera que defendía la libertad en Somosierra contra el fascismo reaccionario; joven, delgada pero recia mujer del pueblo dispuesta a perder su propia vida por preservar las conquistas sociales y políticas que les iba proporcionando la República a los ciudadanos y ciudadanas españoles.
A su nombre quedarán unidos para siempre otros, como los de "Campesino", en cuya
brigada operaba cuando quedó herida para siempre, Antonio Aparicio, Hernández,
Lister o el de la inmensa Matilde Landa. Fue precisamente esta, coincidiendo con
ella en Ventas en el año 39, por las presiones realizadas desde su "oficina de
penadas" en el interior de la misma, permitió la conmutación de su pepa (pena de muerte) por muchos años de reclusión. Matilde se suicidaría en Palma tiempo después.
Años apartada de la gris España de Franco y recluida en numerosos penales, como bien la describió otra compañera imprescindible, Tomasa Cuevas, presa también como ella, en su trabajo de testimonios Cárcel de Mujeres.
Recuperada la libertad, se hizo vendedora de tabaco en la plaza de Cibeles y su tesón, que nunca la abandonó, y llegó a regentar un estanco en Vallecas, hasta que llegó la hora de la jubilación. A partir de entonces, convertida en memoria viva, participó en cuantas actividades recuperadoras de aquellos años y reparadoras para sus protagonistas.
Rosario, nació en Villarejo de Salvanés y murió en Madrid el 17 de abril, sabiendo que su lucha siempre fue útil. Tenía 89 años y mantenía su militancia comunista.
Javier Ruiz, Historiador
Ha muerto Rosario “la Dinamitera”, luchadora republicana y comunista hasta su último día
Secretaría de Comunicación del PCE / 17 sept 08
Rosario Sánchez Mora, conocida como Rosario la Dinamitera, ha muerto cuando estaba a punto de cumplir 88 años. Uno de sus últimos actos públicos fue en el homenaje que el Partido Comunista rindió a todas las mujeres republicanas en la última Fiesta del PCE en septiembre de 2007. Desde el escenario del auditorio contó que ella ya era comunista desde un año antes de que empezara la guerra. “Es el único partido al que he pertenecido, al que pertenezco, y al que perteneceré hasta que me muera” Y así ha sido.
Aquel día no se detuvo ahí, dejó testimonio de lo que fue su lucha: “Yo luché en la época en la que las mujeres no luchaban. No salían de sus casas. Yo tuve la oportunidad. Salí con los comunistas. Luché con los comunistas. Perdí la mano. No me importó. Iba dispuesta a perder la vida”. Fue la mano que perdió en combate. Fue sargenteo y tuvo cargos de responsabilidad en su división. Miguel Hernández le dedicó un poema: “Rosario Dinamitera” basado en la experiencia de esta mujer en el frente.
Historia de toda una vida de lucha
Rosario nació el 21 de abril de 1919 en Villarejo de Salvanés, Madrid. Su madre murió antes de que estallara la guerra y se fue a Madrid con 16 años, a casa de unos amigos que la cuidaban. A su llegada a la ciudad se hizo militante comunista y trabajó como aprendiz de corte y confección en un Círculo Cultural de las Juventudes Socialistas Unificadas en Madrid cuando estalló la Guerra Civil Española.
Con diecisiete años se incorporó a las Milicias Obreras del Quinto Regimiento (denominado "El Campesino", liderado por Valentín González) que partieron el 19 de julio de 1936 hacia Somosierra para detener a las tropas del general Mola. Rosario, como una chica joven de su edad, no conocía nada de instrucción militar ni de artillería. Con las milicianas republicanas, entre ellas Angelita Martínez, Consuelo Martín, Margarita Fuente y Lina Odena, participaron por primera vez en el frente y armadas, lejos de las tareas clásicas de auxiliares y enfermeras de la mujer en la guerra. Tras dos semanas de enfrentamientos, en las que lograron contener a los rebeldes nacionales, la guerra en la sierra dejó de ser una batalla abierta para convertirse en una batalla de posiciones y fue destinada a la sección de dinamiteros, fabricando bombas de mano caseras. Allí, manipulando dinamita, perdió una mano al estallarle un cartucho, acto cantado por Miguel Hernández en el poema Rosario, dinamitera. Herida de gravedad, la operaron en el hospital de sangre de la Cruz Roja en La Cabrera, donde consiguieron salvarle la vida.
Tras su salida del hospital, se reincorporó a la división, como encargada de la centralita del Estado Mayor Republicano en la Ciudad Lineal de Madrid. Fue allí donde Rosario conoció a Miguel Hernández, Vicente Aleixandre y Antonio Aparicio, poetas al servicio de la causa republicana.
Había transcurrido un año de guerra cuando se le presentó la ocasión de volver al frente. La 10ª Brigada Mixta de El Campesino se había convertido en la 46ª División, con más de doce mil hombres a sus órdenes, que en el verano de 1937 intervino en una ofensiva hacia Brunete para intentar atrapar en una bolsa a las fuerzas nacionales que sitiaban Madrid desde el suroeste. El ataque fue de tal magnitud que el pueblo claudicó en apenas unas horas, aunque las pequeñas guarniciones de Quijorna y Villanueva del Pardillo resistieron la acometida. Rosario fue elegida para convertirse en jefa de cartería de su división, con la categoría de sargento, encargada de ser el nexo de unión con el Estado Mayor en la capital y de llevar la correspondencia de los soldados.
Desempeño esta labor hasta el fin de la batalla de Brunete el 25 de julio de 1937, que con la derrota del lado republicano, las tropas del Regimiento Campesino huyeron a Alcalá de Henares. Allí, el 12 de septiembre de 1937, contrajo matrimonio civil con Francisco Burcet Lucini, sargento de la Sección de Muleros del Regimiento, quedándose embarazada poco después. Pero el 21 de enero de 1938, su marido partió rumbo a Teruel con los hombres de la 46ª División para relevar a los de la 11ª, que habían participado en la toma de la ciudad, la primera capital de provincia que las tropas republicanas conseguían conquistar desde el inicio de la guerra. Rosario mientras tanto comenzó a trabajar en la oficina que Dolores Ibárruri, la Pasionaria, había organizado en el n.5 de la calle de Zurbano de Madrid para reclutar mujeres que cubrieran los puestos de trabajo que los hombres dejaban libres cuando marchaban al frente. Trabajó allí hasta que dio a luz a su hija Elena.
Tras la batalla del Ebro, que supuso el desequilibrio de la balanza entre tropas republicanas y nacionales, dejo de recibir correspondencia de su marido, y Rosario no supo si éste había muerto, había logrado escapar a Francia o era uno de los miles de prisioneros que hicieron los nacionales en su avance.
Fin de la guerra
Rosario, intentó escapar por Alicante con su padre, dejando a su hija con la segunda mujer de éste. Allí fueron capturados con otros 15.000 republicanos que esperaban exiliarse a bordo de barcos de la Sociedad de Naciones que nunca llegaron a puerto. Fueron conducidos al campo de los Almendros, donde fusilaron a Andrés Sánchez. Rosario fue liberada y trasladada semanas después a Madrid, donde fue detenida de nuevo por vecinos falangistas de su pueblo, que la encarcelaron en la prisión de Villarejo y después en la de Getafe mientras se le incoaba un procedimiento sumarísimo de urgencia. La petición fiscal de muerte fue conmutada por 30 años de reclusión por un delito de adhesión a la rebelión. Ella, que había defendido la legalidad republicana, era acusada de haberse levantado contra quienes la violentaron.
Fue trasladada a la prisión de Ventas y siguió un periplo carcelario por las prisiones de Durango, Orúe y, finalmente, la de Saturrarán. El 28 de marzo de 1942, tras sufrir tres años de encierro y todo tipo de calamidades, fue puesta en libertad gracias a los beneficios penitenciarios que el régimen franquista se veía obligado a decretar periódicamente para aliviar sus prisiones. Precisamente ese mismo día en que fue liberada moría Miguel Hernández en la prisión de Alicante.
Fue condenada al estar desterrada a 200 kilómetros de su pueblo y se instaló en El Bierzo, con una compañera de prisión ya liberada, pero la necesidad de ver a su hija la hizo regresar a Madrid pese a la prohibición de hacerlo. Su hija estaba al cuidado de su suegra y desde allí comenzaron la búsqueda de su marido, sin noticias desde el fin de la guerra. Por informaciones de familiares supo que su marido había rehecho su vida en Oviedo una vez que el régimen franquista anuló todos los matrimonios civiles de la República. Rosario volvió a casarse y tuvo otra hija, pero se separó al cabo de dos años. Para ganarse la vida comenzó a vender tabaco americano de contrabando en la plaza de Cibeles. Posteriormente montó un estanco en Madrid.
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