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martes, 7 de abril de 2020

Toni Valero, Coordinador de IU Andalucía: “La epidemia del Covid-19 evidencia la urgencia de un nuevo país”


Desde el pasado 15 de marzo estamos confinados. En nuestra sociedad, acomodada a mirar con distancia las catástrofes que ocurren en otras partes del planeta, una cuarentena era algo muy del pasado. Tanto es así que en el imaginario se referencia en estampas de personas harapientas en ambientes pestilentes en los que la ayuda mutua no maquilla una absoluta desolación. Así deja Goya en “Corral de apestados” testimonio del hacinamiento en un hospital en plena epidemia. Nuestra retina histórica conserva esas sensaciones.
Marc Bloch definía la Historia como “la ciencia de los hombres en el tiempo” porque mide el cambio, la duración de los acontecimientos sociales y la evolución de la propia historia. Por tanto, el verdadero tiempo de la Historia no es unidimensional. Desde el 15 de marzo de 2020 se pueden contar los días transcurridos hasta el presente, el tiempo cronológico. Incluso, hacer una lista de acontecimientos: decreto de alarma, número de infectados, caída del PIB, fallecimientos, altas médicas, etc. La cuestión es cómo ese tiempo cronológico en el que se secuencian acontecimientos es interiorizado en lo histórico-colectivo y en la vivencia de los individuos. Ese es el llamado tiempo interno y es fundamental comprenderlo para interpretar el impacto de la cuarentena en nuestra sociedad.
Los efectos psicológicos del confinamiento son innumerables según los expertos. Señalan que este puede ser factor predictivo de estrés agudo, estrés postraumático, síntomas depresivos e, incluso, cambios de comportamiento en el largo plazo. Tampoco faltan las advertencias de los estresores que continuarán tras la cuarentena, como puede ser la situación económica de cada cual.
Igualmente, el golpe de esta cuarentena sobre todas y todos nosotros nos evidencia concepciones que en otro tiempo tardaríamos mucho en aprender. Quizá nos estemos percatando de qué es lo realmente importante y de qué sociedad ten(íamos)emos. Tras catástrofes del pasado, otras sociedades pusieron cimientos para construir más progreso social. No por casualidad los estados del bienestar proliferaron tras la Segunda Guerra Mundial. No por casualidad la Declaración Universal de los Derechos Humanos se proclamó en 1948. Aprovechemos la nueva subjetividad inducida por la adversidad para ser valientes. Atrevámonos a forjar un país mejor.
Quizá lo primero que hemos percibido en estas semanas es nuestra vulnerabilidad individual y colectiva. La inseguridad y el miedo barren la falsa suficiencia y la frivolidad que campaban a sus anchas entre nosotros. La constatación de esta fragilidad existencial pone encima de la mesa el valor de lo público y la necesidad de contar con un Estado protector incompatible con las décadas de políticas neoliberales. Como apercibía Noam Chomsky hace unos días, esta crisis es otro ejemplo del fracaso del mercado: “El asalto neoliberal ha dejado a los hospitales sin preparación”[1]. Junto a este nuevo aprecio por lo común y por el papel del Estado se expresa otra intuición otrora callada por el mantra hiperindividualista: somos parte de una comunidad de relaciones de reciprocidad. La solidaridad y cooperación intrafamiliar y entre vecinos, o la propia actitud de sacrificio por el prójimo de tantas personas que cubren necesidades esenciales para el conjunto, exhiben los valores y principios exitosos frente al sálvese quien pueda. Un futuro de seguridad y prosperidad requiere construir comunidad.
Otra evidencia a la luz de la pandemia es el alcance de la economía de los cuidados. Los trabajos de cuidados, tanto en la economía formal como informal (realizados sobre todo por mujeres), se han revelado primordiales para la supervivencia y el bienestar, a pesar de la consideración marginal tradicionalmente arrastrada. Si ponemos la vida en el centro de las prioridades es inexcusable un cambio en el sistema de cuidados (reducción de jornadas laborales, rescate para lo público de las escuelas infantiles y de las residencias de mayores, fortalecimiento de los servicios sociales y de la sanidad pública, etc.).
También ahora en las ciudades las sensaciones, aunque enclaustradas, son diferentes. Oímos a los pájaros, se respira aire más limpio e, incluso, hemos visto en redes sociales imágenes de jabalíes, patos o ciervos paseando por las urbes. ¿Por qué no pensar en ciudades en las que se puedan seguir escuchando pájaros y respirando aire limpio en el futuro? También nos damos cuenta de la cantidad de consumo superfluo que teníamos antes del confinamiento. Si mañana pudiésemos salir a la calle, ¿quién se iría a un centro comercial antes que a cualquier otro sitio al que encontrarse con otros, con uno mismo al aire libre o con la naturaleza? Cuidar el planeta es cuidar la humanidad.
En la lista de aprendizajes exprés no falta la constatación del peligro para la democracia y, en el contexto actual, también para la salud psicológica, de los bulos o noticias falsas. Salvaguardar la convivencia democrática y garantizar el acceso a información veraz como asiento imprescindible de cualquier sociedad democrática es hoy tarea prioritaria. Tras la victoria de Donald Trump se ha extendido el modus operandi entre grupos reaccionarios que se sirven de las redes sociales y de medios de desinformación para intoxicar, generar miedo y desestabilizar políticamente. El confinamiento ha creado unas condiciones en las que este problema ha aumentado exponencialmente: tenemos más incertidumbre, estamos más necesitados de información y somos más frágiles frente a la intoxicación informativa. El problema no se ataja solo mediante las campañas antibulos o la concienciación ciudadana, es necesaria una acción decidida e integral de los poderes del Estado. Persiguiendo lo que es, propiamente, una acción criminal. La denuncia ante Fiscalía, por parte de Unidas Podemos, de un bulo sobre el Covid-19 va en esa línea.
Por último, ha quedado de manifiesto la debilidad del tejido productivo del país. Las consecuencias de esto son muy graves. Ya conocíamos el efecto sobre la precariedad en el empleo, demasiado dependiente del sector servicios, pero ahora nos hemos dado de bruces, además, con la dependencia del exterior. No tenemos una industria capaz de producir aquello que es vital para un país. Las deslocalizaciones, la dejación del papel director del Estado en manos del mercado y la desindustrialización desde los años ochenta hacen que no podamos ni fabricar suficientes mascarillas, no digamos respiradores. Un cambio de modelo productivo es ya un objetivo de país incuestionable, máxime en el proceso de desglobalización que parece acelerarse al ritmo de la pandemia.
En definitiva, la cuarentena nos está haciendo aprender a marchas forzadas sobre nuestra vulnerabilidad, sobre la necesidad de un Estado protector y la pertenencia a una comunidad solidaria, sobre la importancia de la economía de los cuidados, sobre la insostenibilidad ambiental de nuestras ciudades y pautas de consumo, sobre estar prevenidos ante las nuevas formas de desestabilización política de la ultraderecha y sobre el ineludible cambio de modelo productivo.
Cuando salgamos del confinamiento tocará reconstruir la economía en un clima de enorme confrontación política y de tensión social, engrosada por el desempleo y el cierre de pequeñas y medianas empresas. Nos harán falta las certezas de lo aprendido y muchos recursos. Soporte económico de la UE (si quiere pervivir a esta crisis económica) y recursos de las grandes fortunas que, hoy por hoy, tributan muy por debajo del “sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad” propugnado por la Constitución. Será la oportunidad histórica del país para acometer los cambios ineludibles para las presentes y futuras generaciones.
La mirada corta se pondrá solo en cómo evitar la crisis política y rebajar tensión social sin poner luces largas sobre los cambios estructurales que tocan acometer. Se presentará una reedición de los Pactos de la Moncloa como palanca responsable en favor de la estabilidad frente a la hecatombe, no sea que de la misma acabe tocada hasta la institución monárquica. Corresponderá brindar un pacto de país sobre los intereses nacionales, aquellos de la mayoría social, muy alejados de los de las élites ligadas a los fondos de inversión extranjeros. Un pacto de país para la reconstrucción económica, para hacer frente a las consecuencias del calentamiento global y para prevenir otros riesgos para la seguridad como la pandemia actual. Las políticas para esto, como estamos aprendiendo, no son las neoliberales. De los Pactos de la Moncloa se puede recuperar la voluntad de acuerdo y, como en aquel entonces, poner luces largas. Pero en absoluto es válido el recetario neoliberal ni una gran coalición disfrazada para la ocasión.
Notas:
[1] Nicola, Valenti. (20 de marzo de 2020). “Las camas de los hospitales se han suprimido en nombre de la eficiencia”. CTXT. Recuperado de: https://ctxt.es/es/20200302/Politica/31456/noam-chomsky-coronavirus-neoliberalismo-sanidad.htm
Toni Valero (@Toni_Valero) es profesor de enseñanza secundaria, Coordinador General de IULV-CA y portavoz de Adelante Andalucía.

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