Rufo
El modelo occidental de democracia representativa hace aguas y las instituciones europeas también. La crisis financiera y especulativa ha terminado por desenmascarar el verdadero rostro de quienes efectivamente dirigen y rigen nuestros destinos.
Patético es el menor calificativo que puede otorgarse a la mojigatería gubernamental a la que estamos asistiendo en España y en el resto de Europa. Ante la brutal embestida de los “mercados libres” y su maniqueas operaciones especulativas, los gobiernos responden respaldando sus sistemas financieros e insuflando indecentes cantidades económicas que han salido de gran granero que llenan las clases trabajadoras y medias vía impuestos directos e indirectos. Queda por ver quién, cómo y cuándo se devolverá ese dinero a las arcas públicas, aunque mucho me temo que estamos ante un auténtico expolio.
Hace unos días la Vicepresidenta Económica, Elena Salgado, y parte de su equipo de tecnócratas realizaron una gira por Europa y lo curioso fue que no se reunieron con sus colegas o representantes de los gobiernos. Acudieron a tranquilizar a los “brokers” y a las consultorías y generadoras de opinión y orientación de los mercados que son, como es sabido, sectores asalvajados del capitalismo más rancio y retrógrado. Son ellos y no otros quienes están marcando la pauta de los ajustes y quienes dictan la plana de lo que hay que hacer y cómo gobernar. La Unión Europea y sus satélites se están limitando a obedecer sin rechistar.
En la Economía, en mayúsculas y en minúsculas, no hay democracia. Mandan quienes mandan y no hay lugar a la discrepancia, a la participación y, mucho menos, a la decisión. Sin democracia económica no hay democracia política ni social. Cosa distinta es como se le quiera vestir, hay un esmerado “equipo de efectos especiales” que hacen de las reuniones al más alto nivel un conclave de expertos dispuestos a sacarnos las castañas del fuego y nos llenan los periódicos con promesas de “brotes verdes”, “luces al final del túnel”, y “sueños de pleno empleo”. No son más que más mentiras que serán sustituidas por nuevas mentiras.
Buena parte de los gobiernos occidentales europeos se reclaman para sí el llamado “centro político” y el ámbito de la “socialdemocracia” pero las diferencias con las opciones políticas más conservadoras y apólogas del neoliberalismo son mínimas, por no decir que inapreciables. Todos son gestores del sistema capitalista, todos han alimentado el “boom” del ladrillo, absolutamente todos han “rescatado” al sistema financiero y todos dejan que el agua les llegue al cuello a sus trabajadores.
¿Por qué nuestro presidente no se ha reunido primero con las fuerzas sindicales y con propuestas honrosas?, ¿A caso la inmensa mayoría de los ciudadanos y ciudadanas de este país no somos trabajadores? ¿Quién dice ahora que la clase obrera no existe?, ¿Son los directivos y empresarios los que están engordando las colas del paro?, ¿Son los trabajadores quienes están aumentando su cuenta de beneficios en plena crisis o son el Banco Santander, Telefónica, Repsol y buena parte del IBEX 35?, ¿Quiénes son los que acuden a un comedor social?...
La realidad social exige un cambio y debe ser profundo y debe venir por la izquierda. El comunismo no ha muerto aunque ha estado enfermo por sus propios errores y porque también ha perdido batallas. El diagnóstico marxista de la situación actual no admite equívocos y devuelve al primer plano el protagonismo que, por derecho, corresponde a los trabajadores. Y quienes ven en esta afirmación demagogia es que están del otro lado.
No podemos ni tolerar esta política ni resignarnos a un paro estructural y mucho menos a mendigar subsidios de miseria, debemos protagonizar la fuerza del cambio y de un nuevo modelo económico. Nadie se ha preguntado qué pintan los trabajadores en una fábrica, qué verdadero papel juegan, qué decisiones toman. Las empresas crecen y enriquecen a los mismos con la fuerza del trabajo, con los bajos salarios, con la mínima protección y con ninguna participación de sus plantillas.
Es hora de salir a la calle y decirle al vecino que se levante de la siesta que hay mucho que hacer y más por recorrer.
Patético es el menor calificativo que puede otorgarse a la mojigatería gubernamental a la que estamos asistiendo en España y en el resto de Europa. Ante la brutal embestida de los “mercados libres” y su maniqueas operaciones especulativas, los gobiernos responden respaldando sus sistemas financieros e insuflando indecentes cantidades económicas que han salido de gran granero que llenan las clases trabajadoras y medias vía impuestos directos e indirectos. Queda por ver quién, cómo y cuándo se devolverá ese dinero a las arcas públicas, aunque mucho me temo que estamos ante un auténtico expolio.
Hace unos días la Vicepresidenta Económica, Elena Salgado, y parte de su equipo de tecnócratas realizaron una gira por Europa y lo curioso fue que no se reunieron con sus colegas o representantes de los gobiernos. Acudieron a tranquilizar a los “brokers” y a las consultorías y generadoras de opinión y orientación de los mercados que son, como es sabido, sectores asalvajados del capitalismo más rancio y retrógrado. Son ellos y no otros quienes están marcando la pauta de los ajustes y quienes dictan la plana de lo que hay que hacer y cómo gobernar. La Unión Europea y sus satélites se están limitando a obedecer sin rechistar.
En la Economía, en mayúsculas y en minúsculas, no hay democracia. Mandan quienes mandan y no hay lugar a la discrepancia, a la participación y, mucho menos, a la decisión. Sin democracia económica no hay democracia política ni social. Cosa distinta es como se le quiera vestir, hay un esmerado “equipo de efectos especiales” que hacen de las reuniones al más alto nivel un conclave de expertos dispuestos a sacarnos las castañas del fuego y nos llenan los periódicos con promesas de “brotes verdes”, “luces al final del túnel”, y “sueños de pleno empleo”. No son más que más mentiras que serán sustituidas por nuevas mentiras.
Buena parte de los gobiernos occidentales europeos se reclaman para sí el llamado “centro político” y el ámbito de la “socialdemocracia” pero las diferencias con las opciones políticas más conservadoras y apólogas del neoliberalismo son mínimas, por no decir que inapreciables. Todos son gestores del sistema capitalista, todos han alimentado el “boom” del ladrillo, absolutamente todos han “rescatado” al sistema financiero y todos dejan que el agua les llegue al cuello a sus trabajadores.
¿Por qué nuestro presidente no se ha reunido primero con las fuerzas sindicales y con propuestas honrosas?, ¿A caso la inmensa mayoría de los ciudadanos y ciudadanas de este país no somos trabajadores? ¿Quién dice ahora que la clase obrera no existe?, ¿Son los directivos y empresarios los que están engordando las colas del paro?, ¿Son los trabajadores quienes están aumentando su cuenta de beneficios en plena crisis o son el Banco Santander, Telefónica, Repsol y buena parte del IBEX 35?, ¿Quiénes son los que acuden a un comedor social?...
La realidad social exige un cambio y debe ser profundo y debe venir por la izquierda. El comunismo no ha muerto aunque ha estado enfermo por sus propios errores y porque también ha perdido batallas. El diagnóstico marxista de la situación actual no admite equívocos y devuelve al primer plano el protagonismo que, por derecho, corresponde a los trabajadores. Y quienes ven en esta afirmación demagogia es que están del otro lado.
No podemos ni tolerar esta política ni resignarnos a un paro estructural y mucho menos a mendigar subsidios de miseria, debemos protagonizar la fuerza del cambio y de un nuevo modelo económico. Nadie se ha preguntado qué pintan los trabajadores en una fábrica, qué verdadero papel juegan, qué decisiones toman. Las empresas crecen y enriquecen a los mismos con la fuerza del trabajo, con los bajos salarios, con la mínima protección y con ninguna participación de sus plantillas.
Es hora de salir a la calle y decirle al vecino que se levante de la siesta que hay mucho que hacer y más por recorrer.
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