Hace 77 años de aquel infortunado día, 18 de julio, en que
la conspiración fraguada por las derechas, monárquicos y fascistas del
Ejército, de los grandes propietarios, patronos y banqueros, junto a la
jerarquía de la Iglesia ,
materializaron un cruento golpe de estado, que no pudo imponerse en toda España
por la valiente actitud del pueblo trabajador y sus organizaciones obreras que
les hicieron frente y consiguieron derrotarles en muchas ciudades como Madrid,
Barcelona, Valencia,..., y nuestra Málaga.
Era la rebelión contra las
aspiraciones de una inmensa masa de desheredados, de obreros de toda condición,
que padecían la diaria violencia de padecer el hambre, la insalubridad de sus
viviendas, la carencia de medicinas o educación. Era la vieja España, madrastra
que no madre, que en manos de los de siempre humillaba y oprimía al pueblo, que
trataba como meras bestias a los de abajo, considerados más buey de carga que seres
humanos, sin misericordia, sin compasión. Y que en cada intento de liberación,
de dignificar sus vidas con un salario digno, con tierras para los campesinos,
con escuelas y atención médica, y por supuesto la ansiada e histórica libertad,
que la República
intento dar, se respondía con la más violenta represión.
El 18 de julio de 1936 lo que se
intentaba, y se consiguió posteriormente tras una cruenta guerra, era poner fin
a todas las aspiraciones de una vida digna de la inmensa mayoría del pueblo
español y dar un escarmiento definitivo a las organizaciones obreras que
constituían la base para poder acceder a ellas, entre ellas indudablemente nuestro
PCE y los jóvenes comunistas de las JSU.
Hoy cuando se intenta banalizar
la crueldad de los criminales, comparando el frío y mecánico proceder asesino
de los militares franquistas con la máxima bendición de la Iglesia , con la igualmente
criminal violencia de los incontrolados, que las autoridades republicanas,
totalmente desbordadas, intentaron controlar sin mucho éxito en los primeros
meses de guerra, es una autentica canallada y muestran la vileza de la derecha
política y social de nuestro país. Una derecha que ahora se viste de “liberal”
y “democrática” ante una clase obrera derrotada y sin apenas mecanismos de
respuestas ante la crisis, pero que no olvida y continúa haciendo apología de
la dictadura, considerándola una respuesta “necesaria” ante las “turbas rojas”.
De ahí las innumerables publicaciones hagiográficas de la reacción, de sus
héroes mártires, también en Málaga, que desde una falsa independencia intentan
recuperar la historiografía franquista, la visión fascista de la guerra y sus
consecuencias y privilegios de “vencedores”.
No les bastaron cerca de 40 años
recordando y celebrando su victoria sobre los rojos, a sus caídos, gran parte
de ellos beatificados; celebrando la fundación de Falange y la muerte de José
Antonio, la visita de este en 1935
a la ciudad, la ceremonia anual que con motivo de la
caída de Málaga se celebraba en El Escorial – por cierto de eso sabe mucho
nuestro alcalde Fº de la Torre
que era presidente de la
Diputación y procurador en las Cortes franquistas de los
setenta – eran un sinfín de homenajes y celebraciones donde los poderosos de
siempre y la Iglesia
constituían una empresa para mantener y ampliar esos privilegios que aún hoy
ostentan.
En una fecha tan señalada y que
tuvo por consecuencia final la prisión, la tortura, el hambre y la enfermedad y
miles de asesinatos de socialistas, republicanos, libertarios y comunistas,
tenemos que recordar que queda demasiado trabajo por hacer para conseguir
rescatar del inmerecido olvido la memoria democrática y obrera de nuestro
pueblo. Reconocer la inmensa labor realizada por los familiares de las víctimas
y las asociaciones y foros de recuperación de la memoria histórica, que gracias
a su esfuerzo se han conseguido recuperar los restos y la memoria de miles de
combatientes por la libertad.
El PCA e IULV-CA siempre
combatirá la desmemoria inoculada por la dictadura triunfante y por ese
utilitarista “mal menor” de la denominada transición política. La memoria es
base necesaria, aunque no suficiente, para empezar a construir el mañana. Por
eso la futura Ley de Memoria Democrática que prepara la Junta de Andalucía para su
debate parlamentario después del verano, tras su discusión y colaboración con
decenas de colectivos sociales de la memoria y de los derechos humanos, puede
ser una herramienta importante para estos colectivos y nuestro pueblo para que
definitivamente en nuestra tierra se haga efectiva la verdad, la reparación y
la justicia.
A continuación expondremos un
texto del camarada Adolfo Sánchez Vázquez, filosofo exiliado en Méjico, que
vivió aquel 18 de julio como militante de las JSU malagueñas y director de su
periódico “Octubre”:
“El estallido de la sublevación
militar el 18 de julio de 1936, precedido días antes por el levantamiento de la
guarnición de Marruecos, no fue ninguna sorpresa. Todo el mundo lo esperaba,
excepto el Jefe del Gobierno republicano. En Málaga, como en otras ciudades,
los militantes de diversas fuerzas políticas y sindicales, entre ellas las
Juventudes Socialistas Unificadas, a las que yo pertenecía, llevaban
concentrados varios días en sus respectivos locales, dispuestos a entrar en acción.
Y si estaban en la calle o en casa, debían acudir inmediatamente a ellos con la
misma disposición. Ahora bien, no obstante los ominosos avisos de que la
sublevación era inevitable, nuestro ánimo estaba firme e incluso confiado.
Creíamos que se trataría de un pronunciamiento militar clásico: uno más de los
muchos de nuestra historia contemporánea.
La noche del 16 la pasé en vela
en el local de nuestra organización juvenil. De los concentrados de aquella
noche recuerdo los nombres de Eduardo Muñoz Zafra, Luis Abollado y Manuel
Medina Chaparro. Al día siguiente –el 17- llegó la noticia de que la guarnición
de Marruecos se había sublevado y pronto se extendió el rumor de que unidades
del Tercio y regulares iban a desembarcar de un momento a otro. Pero nada de
esto quebrantaría nuestro ánimo, pues estábamos entonces seguros de que nuestra
ciudad –“Málaga la Roja ”
como entonces la llamábamos- respondería con su probado espíritu combativo al
ataque marroquí. Ahora bien, la amenaza fundamental estaba en la Península y, para
nosotros, en Málaga, donde todavía la guarnición militar no mostraba sus
cartas. Pero, como las de otras ciudades, no tardaría en mostrarlas un día
después, el 18 de julio. En efecto, una compañía salió del Cuartel de
Capuchinos para proclamar el estado de guerra. Del Cuartel se dirigió,
recorriendo varias calles, a la Alameda Central.
Esa tarde, era sábado, yo me
encontraba en mi casa de la
Alameda de Colón descansando de la tensión de las dos noches
en vela, pero no estaba inactivo. Recuerdo que me hallaba embebido en la
lectura de Tirano Banderas de Valle-Inclán. De pronto sonaron unos secos
disparos que pusieron fin a mi lectura. Como un resorte me levanté, y sin poder
calmar las voces angustiadas de mi hermana –mi padre no estaba allí en aquellos
momentos- me lancé a la calle para localizar de dónde procedían los disparos,
temiendo que fuera la señal del comienzo de lo que esperábamos. A los ocho o
diez minutos de caminar a grandes zancadas mis temores se confirmaron. Al
llegar a la Alameda
Central , pude comprobar que los disparos provenían de una
compañía que marchaba con el Capitán Huelin, bien conocido en la ciudad por sus
simpatías falangistas, al frente. Los soldados disparaban al aire para
impresionar a los sorprendidos transeúntes. Al pasar frente a ellos, dejaban
una estela de confusión, pues voces interesadas hacían correr el rumor de que
los militares eran leales a la
República y que se dirigían al puerto para embarcar a
Marruecos y sofocar la sublevación. Algunos inocentes que lo creyeron
prorrumpieron en vítores a la
República y otros, más inocentes aún, los saludaron con el
puño en alto. Pero, pronto se aclaró todo, al virar la compañía no hacia la
entrada del puerto, sino hacia el edificio de la Aduana , donde residía el
Gobierno Civil.
Seguí a los soldados a prudente
distancia con un grupo de jóvenes y obreros que se había incorporado a los
espectadores y que pronto empezó a increpar a los sublevados, pues ahora sí
estaban claras sus intenciones. En efecto se detuvieron cerca de la Aduana , que estaba
protegida por Guardias de Asalto fieles al Gobierno civil. Estos descargaron
sus fusiles y ametralladoras contra los sublevados y así se inició un duelo de
disparos que habría de prolongarse varias horas. Previamente, como supe más tarde,
los rebeldes habían intentado, sin conseguirlo, que el núcleo del cuerpo de
carabineros del Cuartel de la
Parra , a la entrada del muelle, y del que –como oficial-
formaba parte mi padre, se sumara a la sublevación.
Hacia las ocho de la tarde,
cuando aún no se definía el desenlace de aquel fuego cruzado, decidí dirigirme
al local de las JSU para informar de lo que había presenciado y recibir
instrucciones. Del desarrollo posterior de aquel encuentro a tiros, me enteré
más tarde, a saber: que nuevos actores habían entrado a escena; ya no se
trataba de sorprendidos y atemorizados espectadores y de algunos de ellos que
increpaban a los soldados, sino de grupos armados con los más diferentes
pertrechos: navajas, cuchillos o fusiles. Descendían por la principal calle
Larios y las adyacentes a la
Catedral para aproximarse a la Aduana y hostilizar a los
sublevados. Horas más tarde, al no contar estos con el apoyo de los carabineros
del Cuartel de la Parra
y sentirse aislados por todas partes, la compañía emprendió la retirada al
cuartel del que había salido.
Por mi parte, yo me había
dirigido aquella tarde –la del 18- al local de las JSU, donde ya estaba un
nutrido grupo de militantes a los que informé de lo que había presenciado. Allí
mismo el Comité Local de las JSU
se puso en contacto con los comités del PSOE, del Partido Comunista y de los
anarquistas de la FAI
para hacer frente a la sublevación. No se disponía en aquel momento de más
armes que las navajas y pistolas de que disponían algunos, aunque poco más tarde
se contó con las que se extrajeron de las armerías asaltadas. Yo disponía de
una pistola Astra, de las dos que tenía mi padre en casa y que llevaba conmigo,
sin que él lo supiera, desde los días de los atentados de los pistoleros
falangistas contra compañeros nuestros.
El Comité Local de las JSU
decidió que los militantes allí presentes se dividieran en dos grupos: uno que
se incorporaría a los que, cerca de la Aduana , hostilizaban a la compañía que pretendía
sitiarla, y que, como dijimos, acabó retirándose a su cuartel. Y otro, que se
dirigiría a la Plaza
de la Constitución ,
donde había surgido otro foco rebelde constituido por una sección de
ametralladoras que se había instalado desafiante allí. A mí me tocó formar
parte de este grupo, lo que acepté gustoso para calmar una íntima inquietud.
Resultaba que en la Plaza
vivía, con su familia –los Rebolledo-, Aurora, de la que yo estaba secreta y
profundamente enamorado. Mi inquietud se aplacó al llegar allí, pues en seguida
pude darme cuenta de que Aurora no podía estar en casa, ya que los edificios
cercanos a ella estaban en llamas. Y es que otros jóvenes socialistas que nos
habían precedido, ante la opción suicida de enfrentarse sin armas a los
soldados que les apuntaban con sus ametralladoras, habían prendido fuego a los
comercios de la Plaza ,
cerrados a aquellas horas. Impresionados por las furiosas llamas, y sensibles a
los seductores llamamientos que les hacíamos para que abandonaran a sus
oficiales, así lo hicieron y éstos, al verse solos, tuvieron que rendirse.
Ya tranquila la Plaza , nos quedamos allí
toda la noche. Las llamas no se apagaban y pronto se extendieron, atizadas por
otros grupos, a los edificios más emblemáticos de la adyacente calle Larios.”
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